India

RDT: el milagro de las tres letras

LA RAZÓN otorga su IV Premio Valores a la Fundación Vicente Ferrer

Niños atendidos por la Fundación Vicente Ferrer
Niños atendidos por la Fundación Vicente Ferrerlarazon

Sobre el cielo violeta del crepúsculo vuelan tres pájaros negros. Sus sombras no se reflejan en la tierra rojiza que los ve pasar de la rama de un árbol a otro mientras lanzan sordos gritos, como un mal augurio, que frenan las risas infantiles. Son las seis de la tarde en Kanekal, una localidad del distrito de Anantapur (India), donde está situado un orfanato para niños enfermos de sida. Este lugar es la constatación de que lo mejor que se puede hacer con una idea es llevarla a cabo sin preocuparse de los impedimentos. Así pensaba y lo hacía Vicente Ferrer desde que en 1952 llegó a este lugar para dar dignidad y esperanza a los más pobres de la tierra, a los que incluso no son considerados ni eso, los intocables, los que nada merecen y todo deben por haber nacido en un espacio social que los considera en algunos casos menos que seres humanos. Desde entonces, este ex jesuita se empeñó en lograr mediante las obras, con pocas palabras, convencer al mundo de que es posible acabar con la pobreza. Y lo hizo.

En la actualidad, la Fundación Vicente Ferrer, mediante sus programas beneficia a unos 2,5 millones de personas en el estado indio de Andra Pradesh, uno de los más pobres del país y al que llegó Vicente Ferrer en 1969 con un paraguas negro y todo un universo por cambiar. Aquí no llueve casi nunca, pero el 75% de la población depende de la agricultura. Una paradoja terrible que aboca a millones de personas a sobrevivir en una pobreza constante y heredada de la que, como una maldición de las que se recogen en el «Ramayana», es imposible sustraerse por mucho que el «dalit», nombre con el que se conoce a este colectivo, pueda intentarlo. Desde la independencia del país y la instauración de una constitución, el sistema de castas está prohibido, pero en las zonas rurales la marginación y el rechazo social son constantes.

Las ideas contenidas en las leyes no surtieron efecto pero las acciones sí. Vicente Ferrer junto con su esposa Ana pusieron en marcha el mecanismo con el que iban a cambiar la vida de estas personas y lo llamaron Rural Development Trust (RDT). En un país marcado por los mantras, al decir estas tres letras la sonrisa se marca en el rostro de los lugareños. Allí se conoce así a la fundación que ha permitido crear otra realidad en la zona gracias a los programas en los que desarrolla su actividad: sanidad, educación, hábitat, mujeres, personas con discapacidad y ecología. Sobre el papel pueden parecer únicamente enunciados, simples conjeturas, proyectos por hacer. En Anantapur, bajo el sol abrasador del invierno, en los páramos donde no hay ni pastos ni animales, en las pequeñas aldeas sin luz ni agua, bajo las plantas desnudas de los pies de los niños, RDT se traduce por ejemplo en hospitales generales y centros especializados que atienden a 4.000 pueblos donde se tratan a enfermos con cáncer, donde hay incubadoras, donde los quirófanos son como los de los países occidentales; donde la vida le planta cara a la muerte. En el de Bathalapallil, por dar unas cifras concretas, cada día se atiende a 1.500 personas y hay 90 nacimientos.

María Fornieles, natural de Guadix, es la doctora encargada del banco de sangre de este centro. Cada año gasta su mes de vacaciones trabajando en el hospital desde el año 2009 y no duda en explicar qué ocurriría en Andra Pradesh si no estuviera allí la obra de Vicente Ferrer. «Se vería mucha gente muerta por las calles, habría niños recién nacidos abandonados en las cunetas...», cuenta mientras concreta que la cooperación es «un acto totalmente egoísta, porque te llevas mucho más de lo que te aportan», porque aquí no hay una población pasiva que espera que se le dé todo hecho sino que «exige que les enseñes, que le aportes cosas con las que aprender y mejorar».

El primer paso para la dignidad del hombre pasa por contar con una vivienda digna, RDT ha construido 48.469; el siguiente es darle los medios necesarios para formarse, RDT tiene 1.339 escuelas y más de 2.000 estudiantes han podido ir a la universidad gracias las becas que conceden. En todos los campos en los que trabajan las cifras son asombrosas, inabarcables, milagrosas, cuesta trabajo entender cómo se ha llegado a esta situación donde junto con la pobreza en estado puro convive una realidad en la que las niñas ciegas tienen la oportunidad de crecer y aprender con los mismos derechos que en España. Aquí los 40 millones de euros anuales que reciben en donaciones se ven con los ojos, se materializan, existen.

Vicente Ferrer defendió siempre que la erradicación de la pobreza era posible, que los medios para llevarlo a cabo eran muy sencillos. Su optimismo, a veces desaforado, se vio complementado con el pragmatismo de su mujer, que se encargó de la planificación de todo lo que pensaba su marido. Si los campos estaban yermos había que enseñar a los campesinos las técnicas de irrigación y abono; si las mujeres vivían sin derechos debían contar con programas de formación y ayuda para conseguir su independencia del marido. RDT, las tres letras milagrosas no hacen magia. El camino es y ha sido duro, en especial cuando se les dijo a las esposas que las casas estarían a su nombre y que contarían con búfalas para no depender económicamente de los hombres y créditos sin interés que les sacaron de la pobreza extrema, pero también tuvieron la formación necesaria para romper con los roles de una tradición machista de miles de años: desde 1982, más de 7.500 grupos de mujeres han participado en los planes «De mujer a mujer». De la idea, al hecho.

En B. K. Samudram un complejo escolar agrupa en varios edificios a niños con problemas de habla y de visión. Aquí el silencio, por sorprendente en un espacio donde se espera el griterío, cae como una losa. Los niños juegan, aprenden, son felices mientras la tragedia que debió golpear sus vidas en algún momento es agua pasada y se comprende mejor cuál ha sido el motor de éste milagro. La sonrisa, el optimismo y la esperanza pueden con cualquier mal. Sheeba Baddin nació en Anantapur y se crió en las escuelas del RDT. Ahora es la responsable de las relaciones públicas y acompaña a las visitas en un fluido español. «Tenemos que agradecer mucho a los españoles que nos ayudan porque cada euro que llega se emplea en algunos de los proyectos, pero hay que tener la intención. Vicente siempre decía que hay que empezar y luego viene la ayuda». El pasado es importante, pero el futuro es el único horizonte al que llegar. «Siempre hay que seguir adelante, porque los trabajadores tenemos una gran responsabilidad, que es el crear el camino para lograr el sueño de Vicente».

LA RAZÓN ha querido distinguir esta labor y ha otorgado a la Fundación Vicente Ferrer su IV Premio Valores.