Presentación
«Tus pasos en la escalera»: Muñoz Molina regresa a sí mismo
Las trampas de la memoria y los resortes del miedo alumbran una larga espera entre Nueva York y Lisboa
Las trampas de la memoria y los resortes del miedo alumbran una larga espera entre Nueva York y Lisboa
Lisboa regresa a la literatura de Antonio Muñoz Molina. Nueva York, que nunca se fue, es la otra ciudad por donde transitan los recuerdos en espejo de Bruno, un hombre que en la primera frase deja entrever su personalidad: «Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo». Para a continuación añadir: «Las condiciones son inmejorables». El montaje de su nuevo hogar al otro lado del Atlántico, desde donde ha llegado procedente de la Gran Manzana, le permite explayarse en vivencias anteriores y anticipar lo que será su vida en la capital lusa, estableciendo continuos paralelismos –y confusiones– entre pasado y futuro. Una vida que comparte con Cecilia, una científica volcada en desenmascarar los mecanismos cognitivos de nuestro cerebro. «El mundo en que la memoria tergiversa el pasado ha estado siempre muy presente en mi trabajo. Lo que hay de distinto es que he procurado verlo a través de la ciencia, no de manera literaria. La escritura científica es una influencia vital para mí», explica el autor, que se vale para ello de su protagonista femenina. «La mirada científica te dice que las cosas son más frágiles de lo que parecen. El miedo o la angustia, por ejemplo, vienen de un instinto de supervivencia que no solo se da en los seres humanos», señala. «Es apasionante cómo la percepción crea modelos de la realidad», precisamente
Una idea merodea el texto como una extensión del miedo desencadenado por haber vivido situaciones extremas como el atentado de 2001 contra las Torres Gemelas .«Probablemente el fin del mundo ha empezado ya pero aún está lejos de aquí», vaticina en un momento el personaje. «Yo he visto una versión del fin del mundo el 11-S», confiesa el autor, que no esconde su pasión por ahondar en los detalles que rodearon catástrofes como la del terremoto que asoló Lisboa en 1755. En cuestión de minutos se produjeron un temblor de tierra, un tsunami y un incendio, mientras en otros lugares cercanos la vida continuaba. «Una de las razones del gran incendio posterior fue la gran cantidad de velas encendidas en las iglesias. La gente estaba convencida de que Dios venía a castigarlos», cuenta completando el transcurso de aquel desastre.
Su retrato de las dificultades para instalarse en una ciudad ajena y esa larga espera en la que Bruno avanza cómo será la llegada de su pareja –de la que solo sabemos por aquello que él va rememorando– le sirve para fotografiar instantes de la sociedad actual. En su idea de «la escritura como un elemento de precisión», Muñoz Molina reconoce la influencia constante de Oliver Sacks, que dio un «vuelco a mi manera de entender la prosa». Nada que ver con el «experimento» de su libro anterior, en el que se permitió un paseo urbano plagado de estímulos externos minuciosamente llevado al papel. «Un libro expansible frente al libro hecho de límites que es éste», resume.
Retoma así su reconocible estilo, recreándose en sus recuerdos personales de dos ciudades muy distintas en busca de similitudes –el Hudson frente al Tajo–: ambas las conoció el autor como turista antes de integrarse en su paisaje como un habitante más.
En la tediosa expectativa, Bruno se relaciona únicamente con su perra, supeditada al estado anímico de su dueño. Y el ubetense se entrega a la literatura que mejor maneja, sorteando los miedos a autoparodiarse. «Me esfuerzo en conseguir la máxima transparencia en lo que escribo, que suene completamente natural, a veces hasta vulgar».
Con el cartel de «jubilado» sobre su espalda, sin más obligaciones que mantener todo dispuesto para el ansiado reencuentro que ha retrasado un compromiso profesional, en la novela transcurren los días entre lecturas, planes sobre la rutina venidera y paseos caninos. Todo gira en torno al deseo de escuchar los pasos familiares avanzando hasta el apartamento recién adquirido. «Respirando en silencio, la frente apoyada en la puerta, el corazón golpeando en el pecho, miro ahora que la luz ha vuelto a encenderse».
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