Teatro
Volar muy alto
Desde el jueves que envié al periódico el artículo dominical, he disfrutado de dos espectáculos totalmente diferentes, pero al tiempo hermanados por la pureza, el arte supremo y la capacidad de ponerte a volar muy alto, por ello no quiero dejar de contárselo. Vuelvo al jueves. Había gran expectación por la representación en el Teatro de la Maestranza de la ópera Anna Bolena. Era la primera vez que se representaba en Sevilla. Gaetano Donizetti compuso esta ópera , que estrenó en Milán en 1832. Considerada una de las cumbres del «bel canto», pasó al olvido hasta que la mítica María Callas, en los años 50, la devolvió al repertorio habitual de los grandes teatros líricos en una noche de gloria. Un montaje de la Fundación Arena de Verona, magnífico; la Orquesta Sinfónica de Sevilla, perfecta, como si fuese pieza habitual; y los coros, al mismo nivel. Fue levantarse el telón y empezar a cantar la soprano Ángela Meade, y comprender que estaba asistiendo a un hecho artístico irrepetible. La función siguió durante tres horas, subiendo el nivel y llenando de emoción al público. No entro en valoraciones del resto del elenco, porque ya lo han hecho los críticos, yo solo escribo de la gloria que atesoré, sentado en mi butaca. Salí del teatro, después de aplaudir muchos minutos, en una especie de estado de gracia, y convertido en devoto por vida de Ángela Meade. Lo de antes es lo que interesa, pero ya saben que esta ciudad tiene su guasa. Mi nuevo ídolo, la citada soprano, en su físico está contra la corriente actual en los escenarios operísticos. Su estilo de figura es muy Monserrat Caballé. En ambos casos, las dos están en la cima del arte. En la escena segunda del primer acto, la pareja real aparece en dos grandiosos caballos. Alguien comentaba en el descanso, que cómo subirían y bajarían del caballo a la reina dado su rotundo físico. Añadiendo a esto un vestuario barroquísimo. Lo dicho, la guasa de algunos sevillanos. Del segundo espectáculo les informaré mañana. El espacio manda.
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