Castilla y León

Jóvenes vallisoletanos aprenden valores al dedicar parte de su verano a ayudar a los demás

Sonsoles Rodríguez, de la Asociación Trechel, ha estado en Hungría dos semanas en julio y asegura que repetirá

La joven voluntaria Sonsoles Rodríguez acompaña a uno de los enfermos del hospital húngaro, en el que ha trabajado durante quince días este pasado mes de julio
La joven voluntaria Sonsoles Rodríguez acompaña a uno de los enfermos del hospital húngaro, en el que ha trabajado durante quince días este pasado mes de juliolarazon

Cada vez son más los jóvenes que se comprometen con los demás, que tienen ganas de ayudar a los que más lo necesitan y que se lanzan a la aventura del voluntariado, especialmente fuera de España. Algo que suelen hacer durante los meses de verano por cuanto tienen más disponbilidad. Es el caso de Sonsoles Rodríguez Calderón, una joven vallisoletana de la Asociación Trechel, que ha saltado la frontera el pasado mes de julio y se ha ido hasta Hungría para pasar dos semanas ayudando en el hospital Magyar Máltai el Szeretetszolgálat, en el que viven más de doscientas personas, desde niños de tres años hasta mayores de cincuenta y con problemas de todo tipo.

«La experiencia ha sido impactante y te das cuenta de la suerte que tenemos en nuestro país», asegura a LA RAZÓN la joven voluntaria, quien afirma que ahora ve la vida de otra manera, y que la apetece mucho o bien regresar a este lugar en un futuro no muy lejano o acudir a otros también como voluntaria.

Sonsoles explica que durante los quince días que estuvo en ese hospital junto a otra treintena de jóvenes voluntarias, diez de ellas de la Asociación Trechel, hicieron bastantes trabajos. Desde pintar vallas, bancos o el interior de las casas de la zona hasta labores de jardinería, pero, sobre todo, acompañar a los enfermos, pasear, conversar y jugar con ellos. «Sobre todo -apunta- dándoles cariño que es algo de lo que carecen muchos».

Sonsoles recuerda con nostalgia a Fanni, una niña de catorce años que no podía caminar porque era muy pequeña y estaba tan delgada que sus piernas no la sostenían en pie pero que siempre tenía una sonrisa y quería jugar con todos. O Klaudia, otra menor del centro «que era muy feliz en el hospital y que siempre que nos veía cada día nos decía hola en húngaro (zsia) así como un fuerte abrazo». Tampoco se olvida de Peti, un enfermo que según la joven voluntaria «es la persona más educada que he visto» y una persona que siempre estaba pendiente de nosotras también y nos ayudaba en lo que hiciese falta.

Sonsoles asegura que esta experiencia le ha cambiado la vida, que ha aprendido valores importantes y que se siente mucho más realizada que antes de este viaje a Hungría que nunca olvidará.