Juegos Olímpicos
Barcelona tiene poder
La ciudad se vuelca en los festejos por el 25 aniversario del inicio de los Juegos Olímpicos con una plaza Cataluña que revivió el célebre encendido del pebetero de Antonio Rebollo y que vio pasearse otra vez a la antorcha
La ciudad se vuelca en los festejos por el 25 aniversario del inicio de los Juegos Olímpicos con una plaza Cataluña que revivió el célebre encendido del pebetero de Antonio Rebollo y que vio pasearse otra vez a la antorcha.
Hace 25 años, los ojos del mundo se giraron por primera vez hacia Barcelona para presenciar el mayor espectáculo del mundo, la inauguración de unos Juegos Olímpicos que acabarían por ser declarados «los mejores de la historia». Aquel día, el 25 de julio, se grabó para siempre en el corazón de los barceloneses. Han pasado 25 años y no hay quien no recuerde dónde estaba en ese momento y con quién. «Había mucho nerviosismo pues todavía teníamos un cierto complejo de inferioridad por lo que éramos capaces de hacer. Pero resultó que teníamos muchas cosas que ofrecer al mundo. Ganamos mucha confianza como pueblo en aquellos días», recuerda Francisco, ingeniero, que en aquel momento acababa de cumplir 18 años e iba a empezar sus estudios.
La plaza Cataluña volvió a llenarse de gente orgullosa de celebrar aquellos días que cambiaron para siempre la historia de la ciudad. Unas 3.000 personas llenaban la plaza a las ocho de la tarde, con ganas de revivir las emociones de aquellos días. Para empezar, se volvió a repetir aquel sencillo «¡Hola!», que abrió la ceremonia de inauguración y que demostró que aquí se hacían las cosas diferentes, pero igual o mejor que nadie. «Aquel arranque fue espectacular, se me ponen los pelos de punta», recordaba Ángel, uno de los voluntarios que hicieron posible el prodigio hace 25 años.
Unas pantallas gigantes iban recordando los hitos de aquellos días, mientras no dejaba de sonar ese «Amigos para siempre», que definiría tan bien el espíritu de aquellos días.
Había muchos padres con sus hijos que querían hacerles vivir ni que fuese en una milésima parte la ilusión y alegría que existían en ese 25 de julio de 1992. A las 20.30 horas se anunció que ya se había encendido la antorcha olímpica en el acto institucional en el Palauet Albéniz y que pronto llegaría a la plaza Cataluña reviviendo el último relevo, con Juan Antonio San Epifanio, Epi, cediendo el fuego al arquero Antonio Rebollo para su original e intrigante encendido del pebetero, algo de lo que todavía se habla como si fuese el momento que el hombre pisó la luna. Los locales Mambo Jambo, liderados por Dani Nel.lo, pusieron algo de rock n’roll para amenizar la espera. La plaza se iba llenando de más y más gente, muchos con camisetas de Barcelona 92, que habían perdido su juventud en estos 25 años, bailando como si volviesen a ser niños. Estaba claro que el espíritu de fiesta se estaba contagiando.
Empezaba a hacerse de noche y Nel.lo invocaba a todo el mundo a dejarse llevar y volverse un poco loco. Todavía era pronto y parecía claro que el público quería reservarse las energías para el final de fiesta con Los Manolos y esa rumba catalana tan de aquí y, sobre todo, tan de aquellos mágicos días. Aún así, el público aplaudía a rabiar por la entrega de unos músicos con unas ganas locas de contagiar su entusiasmo. «Me da vergüenza, pero hasta los juegos no sabía lo que era la rumba catalana. Eso sí, desde entonces soy una fan», comentaba Judith, que había venido con su marido a la fiesta, como iba a las fiestas del 92, cuando todavía eran novios.
Mientras, los relevos de la antorcha seguían su camino pasando por la avenida Paral.lel y subiendo por unas Ramblas reconquistadas a los turistas. Cuando estaba encaminando su final de trayecto, ya se sentía el rumor entre el público de que algo especial estaba a punto de suceder. La melancolía hizo entonces acto de presencia, pues saltar 25 años de un plumazo y revivir aquello con tanta intensidad siempre descoloca un poco. Pero el efecto duró poco, tanto daba lo que había ocurrido durante estos 25 años, era una alegría volver atrás. «Qué viejos seremos todos dentro de 25 años, pero tampoco me lo pienso perder», dijo María, que tenía 13 años en el 92 y tendrá 63 en en 2042. Que así sea...
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