El desafío independentista
El separatismo afronta un mes frenético
La Diada y el consenso de una respuesta a la sentencia del «procés», principales retos. También deberá lidiar con la amenaza de repetición electoral a nivel nacional.
El independentismo arranca el nuevo curso político con un mes de septiembre frenético, en el que deberá afrontar un apretado calendario en medio de un clima de tensión y desconfianza creciente y cada vez más irreversible entre los principales partidos, JxCat y ERC. Por delante se cruzarán comprometedoras citas como la Diada o la investidura de Pedro Sánchez y los procesos de redefinición interna de los neoconvergentes y de los republicanos. En paralelo, el separatismo tiene cuatro semanas de margen para sellar un consenso en torno a la respuesta que dar a la sentencia del «procés», prevista para octubre.
La primera prueba de fuego es la Diada. Salvo un giro inesperado durante los próximos diez días, la baja cifra de inscritos a la manifestación que ha ido publicando la Asamblea Nacional Catalana (ANC) hasta el momento augura un revés para el separatismo, que había convertido el 11-S en una fuente de agitación e impulso del «procés». En el último balance de la ANC, sellado el viernes, había 75.000 personas apuntadas, prácticamente un 25 por ciento menos que el año pasado a la misma altura –en total, en 2018 se inscribieron 460.000 personas–. De seguir esa tendencia, una caída en la movilización de las bases del independentismo reflejaría en buena medida el agotamiento de la calle, cada vez más airada ante las promesas incumplidas y la falta de avances de los líderes políticos. En este sentido, también cunde la inquietud entre ciertos sectores políticos del secesionismo de que puedan ser centro de críticas y protestas. De hecho, ex dirigentes de peso de ERC han amagado con no asistir ante ese temor.
En esa línea, la Diada también puede dinamitar cualquier posibilidad de que JxCat o ERC faciliten el desbloqueo en España, donde si no hay investidura antes del 23 de septiembre, se deberán repetir las elecciones. Hasta ahora, los republicanos se habían mostrado más proclives a colaborar, pero tras la manifestación del 11-S, el clima puede hacer inviable un gesto de un partido que ya acumula mucha erosión por el papel que ha asumido en los últimos meses. Precisamente, la formación que lidera Oriol Junqueras tiene el 15 de septiembre la primera parte del Congreso: en ese momento, se votará la dirección, donde no se esperan grandes cambios –Junqueras y Rovira seguirán al frente– ni tensiones. La segunda parte será más adelante, entre octubre y noviembre y ahí se definirá el rumbo del partido, una cita que sí es más delicada ya que los propios republicanos ya han sufrido discrepancias internas en torno –un ejemplo de ello fue la abstención en el primer debate de investidura de Sánchez, que generó desencuentros, como informó este diario–. Este proceso interno, en todo caso, está muy lejos del nivel de complejidad del que debe afrontar el espacio neoconvergente: a lo largo de este mes de septiembre está previsto que se empiece a orientar la reordenación del partido tras la sopa de siglas surgida tras el entierro de Convergència en 2016 –PdeCat, JxCat y la Crida–.
Todo ello se desarrollará entre los permanentes choques que se producen entre ambos partidos a raíz de cómo afrontar la sentencia del «procés», donde cada vez están más lejos del consenso. En las últimas horas, además, las diferencias se han acentuado después de que dirigentes de peso de ERC, como el conseller de Educación, Josep Bargalló, y el presidente del Parlament, Roger Torrent, hayan hecho declaraciones de calado: Bargalló apostó el viernes por someter a Torra a una cuestión de confianza si no se aprueban los presupuestos de la Generalitat, lo que sería un paso previo al adelanto electoral que pretende forzar Esquerra; y, Torrent abogó el sábado por configurar un «gobierno de concentración» tras el fallo del Tribunal Supremo, que integre a CUP y «comunes». En ambos casos, JxCat salió al paso para rechazarlo.
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