Literatura
Francesc Trabal, rey sin corona del absurdo y la vanguardia
BARCELONA- Hay escritores que el canon absorbe y pasan a ser imprescindibles en la memoria colectiva. Existen otros, sin embargo, que el canon no sabe muy bien donde situar y viven en un vaivén de popularidad y oscurantismo hasta que, la mayoría de las veces, acaban por desaparecer para siempre. Es triste, porque la heterodoxa obra de estos artistas, por muy inclasificable que sea, es imprescindible para conocer mejor las posibilidades que ofrece la literatura propia. La obra de Francesc Trabal parecía de este tipo de escritores, pero la nueva generación de escritores, editores e intelectuales catalanes parecen decididos a que, por una vez por todas, el gran Frances Trabal no se mueva de las listas de «imprescindibles» de la literatura catalana del siglo XX.
El escritor nació en 1899 en Sabadell y junto a Pere Quart y Armand Obiols fue parte del llamado Grup de Sabadell, dinamizadores culturales que podían bañarse en un tonel de zinc situado en la playa o abrir un «museo de cosas robadas». Su espíritu burlón le colocaba al nivel de los dadá, pero su elegancia burguesa le sitúa más en la vena de los dandies ingleses irónicos, abrasivos, pero con un refugio de ternura que humaniza sus textos.
Su primera gran obra fue «L’any que ve», con ilustraciones propias y un prólogo de Josep Carner. Son chistes, nada más, pero tan fulgurantes que se convierten en epigramas, retratando con ironía de vanguardia al catalán de entonces. «Nosotros somos todavía peor, somos obvios. La ironía para nosotros es un instinto compensador, una defensa contra natura de la elefantiasis isoportable de nuestra obviedad», escribe Carner en el prólogo.
Su primera novela propiamente dicha, y sin duda la mejor, es «L’home que es va perdre», historia de un hombre que pierde a su amor por su trabajo y decide perder su trabajo para reencontrar su amor. Como eso no es posible, decide que lo que hará será perder su cartera, y después su paraguas y después a una secretaria y después al Parlamento de Suecia, y tras descubrir que lo único que le satisface es encontrar lo que ha perdido, la lógica le llevará a perderse a sí mismo, en unas escenas finales de una brutalidad escalofiriante. El humor, el absurdo, cierto ardor existencial y un gran personaje protagonista lo emparentan a los grandes de las vanguardias de aquellos tiempos.
Después de la más contenida y erótica «Judita», que como todas sus obras acaba en fuegos artificiales, vuelve al humor más popular en «Quo Vadis, Sànchez», parodia del hombre insatisfecho, incapaz de encajar dentro de los modelos sociales, con el deporte como soporte de todos sus dardos. El humor es directo, de gag, y el resultado es obvio, la carcajada.
A partir de aquí Trabal ya tiene pleno uso de sus facultades, lo que significa que al canon pueden gustarle más sus novelas, porque se domestican. Hay fallidas como «Era una dona com les altres», fascinantes como «Hi ha homes que ploren perque el sol es pon» y aplaudidas y más normales como «Vals», buenas obras, pero no salvajes e inesperadas como las primeras. En cualquier caso, de lectura imprescindible dentro de la literatura catalana.
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