Hiperespecialización

En el siglo XVIII, Adam Smith, considerado por muchos el padre de la economía política, en su obra “La riqueza de las naciones” desarrolló un concepto: la división del trabajo. Defendía Smith que: ahorraba tiempo, capital y la aumentaba la producción cada vez más, ya que cada trabajador desarrolla más habilidad en su tarea. En 2008, Malcom Gladwell publicó “Outliers”, un libro en el que profundizaba en el concepto de hiperespecialización y desarrolló la teoría de las diez mil horas necesarias para convertirse en un especialista. Hoy en día hemos llevado esta idea al extremo. Estamos construyendo una Tecnocracia y la división del trabajo se ha convertido en dogma.

Gran parte de las sociedades occidentales hemos desarrollado modelos educativos herederos de la industrialización, que han puesto el énfasis en esta idea aplicada a las áreas consideradas productivas. La matemática, la física, los idiomas, ocupan un lugar preeminente en la educación, mientras las humanidades y las artes han pasado a la categoría de “marías”, cuando no han desaparecido directamente.

La hiperespecialización ha comportado grandes beneficios desde una perspectiva de productividad pero también supone grandes riesgos para la evolución y la innovación. “Si sólo tienes un martillo, todo parece un clavo“. La incapacidad para salir de nuestro propio esquema mental puede llegar a convertirse en un limitador para nuestra creatividad.

Recientemente, el divulgador David Epstein, publicó el libro “Range, por qué los generalistas triunfan en un mundo hiperespecializado”. Plantea la importancia de invertir esas diez mil horas también en romper los muros de la especialización. Al fin y al cabo la innovación se encuentra en la apropiación de lo que no es, a priori, parte de nuestro dominio. Desde las olvidadas artes y humanidades uno toma la perspectiva necesaria para no caer en tentaciones tecnocráticas. La historia nos brinda múltiples ejemplos de cómo el sueño de la razón, produce monstruos.