Literatura

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La verdad sobre perros y gatos

Los escritores han mostrado su amor por estas criaturas en grandes obras maestras

El arte ha preferido a los gatos a la hora de representarlos en todas sus formas
El arte ha preferido a los gatos a la hora de representarlos en todas sus formaslarazon

Se sabe que el buen doctor Jeckyll era un amante de los perros y que el extraño y pérfido Mr Hyde prefería a los gatos. Esto no quiere decir que los perros sean buenos y amables y los gatos extraños y pérfidos, sino que Timber, el beagle-harrier del doctor, mordió la mano de Hyde, y éste le tiró encima a Benetanth, un pixie bob callejero, que le arañó la cara a Jeckyll. El amor tiene estas cosas, varía según su severidad. Los amantes de los gatos tienen, desde luego, sus razones para preferirlos, así como los que prefieren a los perros tendrán las suyas. Existe, por eso, una tercera vía para determinar quién es mejor, quién ha sido mejor representado en la historia del arte y la literatura. Los libros sirven para muchas cosas, pero sobre todo para determinar valor y es fácil ver cuál es el verdadero rey de las mascotas.

Los gatos serían los reyes si nos quedásemos con el mundo del arte. De William Hogarth a Henri Matisse o Manet han creado icónicas obras con gatos, mientras lo único representativo de los perros es el cuadro de la partida de pocker canina. Claro está que Picasso era un amante acérrimo de los perros, pero no se recuerdan muchas obras de Picasso representando a Sparky, el perro policía. Aunque puede que todo se deba a algo muy superficial. «Si los gatos se pareciesen a las ranas, nos daríamos cuenta de lo asquerosos y crueles pequeños bastardos que son. El estilo, eso es o que la gente recuerda», aseguraba Terry Pratchett, el creador de Mundodisco, un ferviente odiador de gatos, por lo que se ve.

En la literatura, los gatos son representados como criaturas enigmáticas, llenas de segundas intenciones, proyección simbólica y gusto con el más allá. En cuanto a los perros, se busca más su rama salvaje y amenazadora de animal enorme con colmillos. Es decir, se busca llevar a lo grotesco a estas criaturas para que parezcan más interesante de lo que en realidad son. Pero eso es lo que hace siempre la literatura.

En el grupo de los perros nos encontramos libros icónicos de aventuras como «La llamada de la selva» o «Colmillo blanco», de Jack London, dos libros tan maravillosos que al acabar es difícil no decir, «sí, vivan los perros, los gatos sólo son vacas enanas». Luego están clásicos del horror y el suspense como «Cujo», de Stephen King o «El perro de los Baskerville», de Arthur Conan Doyle, el mejor misterio de Sherlock Holmes. Luego están las representaciones de lealtad y amor relacionadas con el animal como «Tumbuctú», de Paul Auster o la tierna «Marley y yo», de John Grogan. Después están los libros que humanizan al perro para que describan al hombra a través de sus ojos como esa maravilla interplanetaria de «Sirius», de Olaf Stapleton o la extraña «Flush, una biografía», de Virginia Woolf, en que describió la vida del cocker spaniel de la poeta Elizabeth Barrett Browning. Incluso Kafka dejó a las cucarachas por un momento y escribió «Investigaciones de un perro», en la que indaga en los límites del conocimiento a través de lo que piensa un can. Como decía Marilyn Monroe, «Los perros nunca me muerden, sólo los humanos». Nunca conoció Timber, el beagle-harrier del doctor Jeckyll.

Los gatos, por su parte, también tienen su larga lista de novelas y personajes ficticios, aunque para reconocer mejor cuál es mejor de los dos habría que analizar la figura de Mijail Bulgákov. Por un lado, escribió «Corazón de perro», la historia de un perro callejero que busca comida en la basura que acabará en manos de un célebre cirujano que le trasformará en un hombre nuevo soviético, que rechazará las costumbres «zaristas» del decoro y se trasformará en un hombre que insulta a las mujeres, no se asea y parece un vagabundo. Por otro lado tenemos esa obra maestra absoluta que es «El maestro y Margarita», en que conocemos a Behemoth, un enorme gato negro, que camina con sus patas traseras, lleva pistola y que adora el vodka y el diablo. ¿A quién preferir? «Si das a un perro comida, agua, un hogar y afecto, creerán que eres un dios. Si das comida, agua, un hogar y afecto a un gato, llegarán a la conclusión que ellos son el dios», comentaba el crítico Christopher Hitchens.

Las novelas sobre gatos tienen muchas vertientes. Por un lado tenemos la satírica «Yo soy un gato», del japonés Natsume Soseki, novela en primera persona en que este gato sin nombre cuenta sus picarescas vivencias en el Japón de principios del siglo XX. Otra obra maestra, que inspiró al musical «Cats», es «El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum», de T. S. Elliot, una colección de poemas humorísticos y fantasiosos del creador de «La tierra baldía».

De «El gato con botas» de Charles Perrault a «El gato con sombrero», del genial Dr. Seuss, vestir a un gato de hombre siempre ha hecho mucha gracia. Claro que la auténtica obra maestra es «El gato negro», el cuento de Edgar Allan Poe que acababa emparedado y cuyos maullidos ayudaban a atrapar a un trastornado homicida, trastornado, principalmente, por el propio gato. Otros felinos famosos son Cheshire Cat de «Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll, Litsz, de «Eduardo el conquistador», cuento de Roald Dahl en que una mujer cree que su gato es la reencarnación de Litsz o diversos relatos de «Corlweiner Smith, en la que los gatos son manipulados para que crean que los extraterrestres son ratones y así exterminarlos.

En cómic, todo el mundo adora a Snoopy, el más gato de todos los perros, pero no hay nadie como «Krazy Cat», de George Herrigan. Así que, qué decidimos, ¿son mejores los gatos o los perros?