Ginecología
«Mi hijo nació sin cesárea gracias a un cojín que inventó mi comadrona»
Una enfermera del Vall d'Hebron diseña un artilugio que reduce un 16% los partos instrumentados
Una enfermera del Vall d'Hebron diseña un artilugio que reduce un 16% los partos instrumentados.
Cuando Mariona rompió aguas, el corazón le dio un vuelco. Era la primera vez que se ponía de parto. Respiró hondo e intentó recordar todo lo que le habían explicado y leído. Lo primero que tenía que hacer era fijarse en el color del agua. No apreció color alguno. No tenía que correr. Avisó a su pareja, se dio una ducha, recogió la maleta y puso rumbo al Hospital Vall d'Hebron. Allí, después de tres horas de trabajo de parto, su comadrona, Vanessa Bueno, le hizo un tacto vaginal para ver cuántos centímetros había dilatado y si el bebé estaba bien encajado. Lo estaba. Había dilatado ya seis centímetros, pero la enfermera arrugó la nariz, porque el bebé en vez de mirar hacia el suelo, tenía la cabeza mirando hacia el cielo. Eso quería decir que para nacer de forma natural o giraba la cabeza o la mamá tenía que dilatar más y en caso de no lograrlo pasar a un parto instrumentalizado, con fórceps, en el mejor de los casos, o cesárea.
Lo que le ocurría a Mariona no era excepcional. En el 40% de los partos, el feto mira hacia arriba, pero no se percibe hasta que la madre ha dilatado entre 5 y 6 centímetros y la comadrona hace un tacto para apreciar cómo está colocada la cabeza del bebé. Menos habitual es la propuesta que Bueno le hizo a la parturienta. Le invitó a probar un artilugio que ha ideado y ensayado con 120 mujeres. Los resultados, que se han publicado en la revista «Birth», constatan que con esta herramienta «aumentan los partos vaginales y se reducen las cesáreas un 16%», explica Bueno. «Además, baja la morbilidad materna y fetal, la estancia en el hospital y las vivistas posteriores a Urgencias porque se producen menos complicaciones», añade.
El invento en cuestión es un cojín elaborado con espuma, para que no se deforme, que tiene forma de trapecio y la mamá se coloca entre las piernas. Si el bebé tiene la espalda recostada en el lado derecho del vientre, la madre se tumba hacia el mismo lado. La pierna derecha va estirada y la izquierda doblada sobre el cojín de tal manera que la rodilla mire hacia la camilla. Así se logra abrir el diámetro de la pelvis y el bebé tiene más espacio para moverse y colocar la cabeza como Dios manda: mirando el suelo.
Mariona cuenta que cuando le trajo el cojín pensó: «¡Qué grande es!». Pero que cuando se acomodó a la postura que le indicó la comadrona se sintió «muy agusto». «Hacía tres meses que no dormía y dormí dos horas del tirón», dice. También ayudó que tenía la epidural puesta. Pasadas estas dos horas, la comadrona comprobó que la cabeza del bebé se había colocado bien. Y cinco horas después nació sin ayuda de instrumental. Le pusieron Jordi y ahora tiene siete meses.
El Vall d'Hebron cuenta con seis prototipos del cojín, uno por cada sala de partos y desde mayo, lo utilizan una media de dos mujeres de las 10-15 que paren cada día.
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