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Año 2019 d.C. Toda la “red” está ocupada por trolls, influencers y gurus con recetas mágicas para cambiar el mundo. ¿Toda? No. Una generación de jóvenes ha visto en Internet una herramienta emancipadora, que promueve un aprendizaje abierto, que se adapta a las necesidades e intereses de cada individuo, que está al alcance de todos.
Nuestro sistema educativo está en crisis. Es anacrónico y prepara a nuestros hijos para una sociedad que ya no existe. No les prepara para innovar y para ser creativos. Donde muchos ven una amenaza a su posición y a su verdad, otros ven una oportunidad de poner un nuevo modelo educativo al alcance de nuestros hijos.
Somos “enanos a hombros de gigantes”. Debemos reverenciar y aprender de la tradición pero nunca aceptarla como un dogma de fe. La educación es un derecho y una fuerza de cambio colectivo, motor de la evolución y de la innovación. Es necesario un replanteamiento de nuestro modelo. Porque si les damos la mejor educación posible a nuestros hijos estaremos poniendo los cimientos de su libertad y en consecuencia de su felicidad. Estaremos creando un futuro para nuestro país. Debemos alzarnos contra la tiranía del sentido común y vencer nuestro miedo hacia lo desconocido ante la certeza de que lo conocido no funciona.
Los Altozano, Crespo y compañía nos marcan un camino sobre cómo podría ser el profesor del siglo XXI. El verdadero reto en la educación ya no consiste en la transmisión del conocimiento. Ya no tiene sentido un modelo en que miles de profesores (con mayor o menor capacidad) estén explicando simultáneamente lo mismo en miles de escuelas distintas. ¿Cuál es el valor añadido de este tipo de enseñanza? El rol del profesor debe cambiar. El mundo evoluciona cuando pensamos y actuamos diferente. Mientras unos tratan de agarrarse al pasado otros miran descarados y retadores al futuro.
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