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El Monte de Piedad vacía su almacén
La entidad benéfica cumple 313 años esta semana. LA RAZÓN visita su sede para comprobar cómo han cambiado los empeños a lo largo de su historia.
Si tiene en mente conseguir dinero a cambio de tus dientes de oro o esa aspiradora antigua del año de su abuela, no pierda el tiempo por el Monte de Piedad. Antiguamente, el organismo abría sus puertas para recibir y empeñar todo tipo de objetos como aspiradoras, libros –como todos recordarán por la famosa canción de la tuna–, guitarras, mantas, y hasta colchones. A día de hoy, empeñar un colchón es algo que no se ve, pero que hace unas décadas era habitual. David Calzado Carmona, Coordinador de Comunicación y Marketing de Fundación Montemadrid, cuenta la anécdota de un señor, residente en Lavapiés que empeñaba su colchón el mes de mayo para comprarse el abono de los toros. Dormía en la tabla durante la feria y en los últimos días de reventas, el señor recompraba el colchón para dormir en él.
«Ésta es una de las memorias que representa todo lo que significó el Monte en la época del hambre», afirma Calzado. «La anterior historia es algo superficial, había gente que empeñaba la cacerola o su abrigo para comer algo y no morirse de hambre. En esa época los ciudadanos empeñaban todo tipo de cosas», explica.
La tradición histórica y cultural de la organización forma parte de miles de ciudadanos, que empeñan sus objetos valiosos con el fin de pagar una universidad a sus hijos, reformar el salón, llegar a fin de mes... El proceso de empeño, que apenas ha variado en los 313 años del Monte, es fácil. No necesitas aval ni gastos de apertura. Todas las tasaciones están certificadas por un personal especializado y titulados profesionales. «Nunca hemos tenido ningún caso de robo», confirma Santiago Gil, director de la entidad, que, además, cuenta cómo antaño el Monte de Piedad era refugio y búnker de la población cuando sonaba la alarma de peligro de bombas durante la Guerra Civil (1936-1939).
A pesar de que actualmente la organización sólo admita empeños de joyas y relojes de acero, el Monte de Piedad alberga, en el fondo del pasillo de la planta menos uno de su sede principal, tras una puerta de cristal blindada, objetos de hace décadas que eran empeñados por los ciudadanos para sus intereses sociales. Entre estos objetos destacan un tocadiscos de los años 70, una máquina de coser guardada en una caja de madera en perfecto estado, un saco antiguo en cuya pegatina puede leerse «hallazgos» y contiene objetos sin especificar, y varias cajas de tamaño mediano que almacenan diferentes relojes de acero. Las cajas de ahora no tienen nada que ver con las que almacenaban las joyas y objetos hace 30 y 40 años. Las de los años 60 y 70 son de metal y de tamaño mediano para poder guardar varios relojes, con un asa encima para coger cómodamente la caja. En la actualidad son más pequeñas, mucho menos pesadas, no tienen asa y son de madera.
Nada más pasar la puerta barroca, unos de los pocos objetos originales que se conservan de la primera casa de la sede, del Monte de Piedad, un guardia de seguridad te abre una segunda puerta para acceder a la zona de tasación. Al traspasarla encontramos una larga fila de asientos y, a la derecha de la sala, varias cabinas, numeradas, están al servicio de los clientes. Parece un supermercado de esos en los que coges tu número y esperas impaciente el turno para pasar por caja.
Detrás de las largas filas de asientos y las cabinas de tasación, una puerta de madera separa a los clientes de esta sede de las oficinas directivas y el laboratorio donde se encuentra la coordinadora de tasadores, María Pérez. Este laboratorio se encarga en revisar y analizar a fondo aquellas piezas que los tasadores tienen cierta dificultad para determinar su valor. «De todas las joyas que han pasado por esta casa de empeños, la bañera de bautismo del siglo XVIII Y XIX perteneciente a la familia imperial rusa es, sin lugar a dudas, el objeto más importante», cuenta María Pérez. Dejando en un segundo plano el valioso objeto de la familia imperial rusa, Pérez afirma que también hay otras muchas piezas únicas de gran valor como: una tiara del siglo XVIII de plata y oro con todas las piezas de la corona numeradas y un sensacional zafiro de Ceilán de 18.95 ct, entre otros. Para almacenar joyas de tal importancia, Monte de Piedad cuenta con un sistema de seguridad robotizado. Un bunker de alhajas y relojes que conserva años de historia y cultura en forma de abrigos, colchones, máquinas de escribir y mantas.
Actualmente, Montepío cuenta con cerca de 60.000 clientes y realiza unas 150.000 operaciones al año. El 95% de las personas que empeñan deciden recuperar sus joyas y tan solo el 5% entran en subasta. El gran número de clientes y operaciones permite al Monte de Piedad destinar, fiel a su ideario, el 100% de sus beneficios a la Fundación Montemadrid, entidad privada que trabaja en ámbitos como la cultura, la solidaridad, el medio ambiente y la educación. Esta entidad, Montemadrid, cuenta con centros socioculturales como La Casa Encendida o la Casa San Cristóbal, en Madrid, además de mantener a escuelas infantiles y colegios. El año pasado, en 2014, el Monte de Piedad aportó 10.000.000 de euros a la fundación Montemadrid para acciones sociales.
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