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Ecologismo
La «doble vida» del CO₂, de residuo a recurso
El camino hacia la descarbonización pasa por reducir las emisiones de CO₂, pero también es posible aprovecharlo como materia prima para fabricar otros productos como espuma para colchones o combustibles de baja huella de carbono
El dióxido de carbono (CO₂) puede tener una o varias vidas. Una vez emitido permanece en la atmósfera y ejerce de barrera reteniendo el calor producido por los rayos del sol. Es lo que conocemos como efecto invernadero, un proceso imprescindible para nuestra supervivencia (sin él, el planeta sería demasiado frío) que ha funcionado durante miles de años con cierto equilibrio.
Sin embargo, la acción del hombre a partir de la Revolución Industrial lo ha alterado. La concentración de CO₂ en la atmósfera no ha parado de incrementarse desde 1950, cuando se situó en 300 partes por millón. El año pasado, alcanzó las 419 partes por millón, según los últimos datos del Observatorio de Mauna Loa, lugar de referencia mundial para el monitoreo del dióxido de carbono atmosférico. Y a más CO₂, más aumentan las temperaturas, causando el cambio climático.
Para minimizar sus efectos, es necesario reducir las emisiones. Pero también es posible recuperar el dióxido de carbono presente en la atmósfera y utilizarlo como materia prima. En otras palabras: el CO₂ puede retirarse del aire y utilizarse en diversos procesos. Atraparlo, para después almacenarlo, transportarlo y utilizarlo para producir una gran variedad de productos cotidianos.
De hecho, aunque no lo sepamos, el CO₂ tiene a día de hoy usos sorprendentes. Por ejemplo, sirve para obtener fármacos como la aspirina. Durante la elaboración de cerveza, se utiliza en diversos procesos que le aportan sabor, aroma y cuerpo. También está presente en las bebidas carbonatadas. Y en extintores: al ser un gas no combustible, cuenta con unas propiedades ignífugas excelentes para apagar fuegos. Así mismo, puede usarse para conservar alimentos, extraer la cafeína de los granos de café o para la producción de polímeros, a partir de los cuales se fabrican las espumas de los asientos de los automóviles o los colchones.
«Existe la creencia social de que el CO₂ es un compuesto nocivo y dañino, cuando la realidad es que es bueno, es necesario para nuestra supervivencia y, además, es un recurso que debemos aprovechar», explica Lourdes Vega, catedrática de Ingeniería Química y directora del Centro en Investigación e Innovación sobre CO₂ e Hidrógeno en la Universidad de Khalifa, Abu Dabi. «Por eso, deben buscarse nuevas aplicaciones sostenibles para el dióxido de carbono que fomenten su uso a gran escala», apunta.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que en el mundo hay algo menos de 30 instalaciones industriales en operación que utilizan tecnologías de captura, almacenamiento y uso del carbono para retirar cerca de 40 millones de toneladas de CO₂ al año. También existen 15 plantas destinadas a la captura directa del aire que atrapan unas 9.000 toneladas de este gas. En los próximos años, se sumarán decenas de proyectos nuevos, según la AIE. No obstante, el mismo organismo apunta que «habría que retirar casi 8 gigatoneladas de CO₂ antes de 2050 para cumplir con nuestros objetivos de descarbonización aunque, al menos, es un primer paso».
Todas las segundas vidas del CO₂
El abanico de usos del dióxido de carbono es amplio. «En la actualidad, se usa en aplicaciones industriales que abarcan desde el tratamiento de aguas residuales a la limpieza de ropa, pasando por el crecimiento acelerado de plantas en invernaderos, pero quizá la más interesante es la producción de otros compuestos químicos, como fertilizantes o combustibles sintéticos», afirma Vega.
En España ya se trabaja en la generación de combustibles de baja huella de carbono, producidos tan solo con hidrógeno renovable y CO₂ retirado de la atmósfera a través de tecnologías de captura de carbono. Es el caso de la multienergética Repsol, que acaba de iniciarla construcción en el puerto de Bilbao de una de las mayores plantas del mundo de este tipo de combustible, que además es compatible con la infraestructura de repostaje existente y con cualquier vehículo actual, como automóviles, camiones o incluso aviones.
Y si es posible movernos con carburantes cero emisiones netas, también lo es hacerlo sobre carreteras más sostenibles. A partir de CO₂ capturado se pueden crear nuevos áridos, que son la materia prima que utiliza la industria de la construcción para fabricar hormigones y firmes de carreteras, entre otros usos. «Normalmente, los áridos se obtienen de la extracción en canteras, lo que genera un impacto medioambiental. Pero los “ecoáridos” se generan con CO₂ y cenizas procedentes de la incineración de los residuos sólidos urbanos que actualmente se depositan en vertederos», apunta Ainhoa Martín, técnico de innovación en Petronor.
Esta compañía será la primera en poner en marcha un desarrollo de este tipo en España. La nueva planta, que estará operativa a mediados de 2024 y que ha recibido una ayuda del programa Innovation Fund de la Comisión Europea, utilizará la tecnología desarrollada por O.C.O Technology Limited (una empresa especializada en realización de áridos a partir de residuos) para reintroducir el CO₂ capturado en la propia refinería. Martín detalla que la capacidad operativa del complejo alcanzará una transformación de 22.000 toneladas al año de residuos en 56.000 toneladas al año de ecoáridos, utilizando 2.200 toneladas de CO₂.
«El despliegue de tecnologías de secuestro del CO₂ es importante para la descarbonización, y la Unión Europea lleva tiempo trabajando en este ámbito», subraya Vega, «sin embargo, todavía tienen que implantarse a gran escala. Por lo tanto, para que se extienda la utilización de CO₂ capturado como materia prima falta todavía un poco más, pero es, indudablemente, un horizonte deseable, altamente estimulante, y que abre unas grandes expectativas de futuro».
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