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Lecciones de vida
Pasar más tiempo con los seres queridos, la recomendación de dos expertos en cumplir años
Con motivo del Día Internacional de las Personas de Edad, nuestros protagonistas cuentan cómo ha sido su vida y qué es lo más importante para ellos en esta etapa
Hace 33 años la ONU estableció el 1 de octubre como fecha para conmemorar el Día Internacional de las Personas de Edad, una oportunidad para poner en valor la experiencia de nuestros mayores y reflexionar sobre el importante vínculo entre generaciones que representan. Las personas de edad son, como suele decirse, “historia viva”. A través de sus relatos y tradiciones, contribuyen a mantener las raíces culturales y preservar la identidad de una comunidad, además de ofrecer valiosos consejos a los más jóvenes.
Sin embargo, y a pesar de su contribución significativa, las personas mayores también tienen que afrontar sus propios desafíos. La soledad o el deterioro físico son algunos de los problemas habituales durante esta etapa de la vida. En este sentido, el trabajo de las auxiliares del Servicio de Ayuda a Domicilio gestionado por Clece, es esencial para asegurar la calidad de vida de las personas de edad. Buena prueba de ello son nuestros protagonistas, Carlos e Iluminada, dos personas que reciben esta atención en sus domicilios y que son un ejemplo de cómo el envejecimiento puede ser una etapa muy enriquecedora.
Carlos, defensor del valor del tiempo
Tiene 93 años y vive en Zaratán, provincia de Valladolid. Es hijo de Rosa Chacel, escritora española de la Generación del 27, y Timoteo Pérez Rubio, pintor español a quien se recuerda por trasladar a Ginebra buena parte del Tesoro Artístico Nacional durante la guerra civil española para protegerlo de posibles robos o destrucciones.
Carlos Pérez Chacel nació en Madrid, cerca de la Puerta del Sol, en un edificio donde también residía Ramón del Valle Inclán con su familia. Cuando estalló la Guerra Civil, sus padres tuvieron que exiliarse a París y él ingresó en un colegio para refugiados españoles. De ahí viajaron a Suiza, donde su padre presidió la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional, hasta principios de los años 40, cuando una nueva amenaza -esta vez provocada por la II Guerra Mundial- les hizo cambiar de país. Cruzaron así el Atlántico hasta Argentina, donde Carlos pudo cursar el bachillerato en español y licenciarse en Arquitectura. “Fui profesor de la facultad durante cinco años”, explica. Posteriormente, se trasladaron a Brasil y unos años más tarde regresaron a España, donde reside desde entonces.
Su día a día es tranquilo. Ya retirado de la docencia y la escritura, mantiene muy vivas sus aficiones, ya que asegura que goza de buena salud cognitiva. Continúa dibujando en su ordenador, escribiendo (ya de una manera más personal, sin ánimo de publicar) y leyendo, por supuesto. Destaca la importancia de aquella a quién él llama “su ángel de la guarda”, que no es otra que su mujer, de 85 años, que le cuida cada día. Reciben también a diario la visita de la auxiliar del Servicio de Ayuda a Domicilio de la Diputación de Valladolid, gestionado por Clece, para asistirles en las tareas cotidianas. Carlos tan solo se refiere con pena a su movilidad, que se ha visto muy reducida en los últimos tiempos por lo que debe utilizar un andador para poder caminar por la casa. Admite que ya no lleva la misma vida que antes en cuanto a salidas y ocio: “He viajado mucho, aunque no he estado en Oriente ni conozco China o Filipinas, sí he alquilado un coche y he recorrido Grecia o he estado en plena selva amazónica”, recuerda.
Aunque es consciente de que no valen de nada los consejos generalistas, ya que cada uno tiene su propia historia, sí que recomienda tratar de ejercitar la mente para ‘conservar la cabeza’ lo mejor posible y poder seguir disfrutando de momentos en compañía con sus seres queridos. “Al final, he llegado a la conclusión de que no hay nada más caro que el tiempo, que no se puede comprar ni prestar”, afirma.
Iluminada, más de un siglo de sonrisas
Iluminada de Dios García tiene 102 años y vive en Canalejas de Peñafiel, en Valladolid, junto a su hija Rosa. Recibe la atención del Servicio de Ayuda a Domicilio por la mañana y por la tarde para ayudarla a levantarse, asearse, etc. “Son muy agradables y me atienden muy bien. Estoy encantada con ellas”, explica refiriéndose a las auxiliares del servicio. Pasa el día tranquilamente entre su casa, el patio y dando algún paseo. Se encuentra fenomenal, come de todo y mantiene sus aficiones aunque sus piernas no están bien, lo que le obliga a utilizar una silla de ruedas desde hace tiempo. Asegura no tener secretos para mantenerse tan bien a su edad más allá de cuidar sus relaciones personales y leer.
Pasó toda su infancia y juventud en el campo junto a sus padres y sus cuatro hermanos. Allí se encargaba de cuidar de los animales. Cuando se casó, muy joven, tuvo que mudarse a otro pueblo y, más tarde, a la capital, Valladolid, de donde también conserva muy buenos recuerdos y amistades.
De sus palabras se extrae la importancia que ha dado siempre a la compañía y a las relaciones sociales: “No he reñido nunca con nadie, siempre me he llevado bien con todo el mundo”, asegura. Hoy, disfruta enormemente de la lectura y las sopas de letras, pero lo que más feliz le hace es poder pasar tiempo con sus hijos, sobrinos, nietos y bisnietos, que siempre que pueden la visitan.
Su vitalidad es contagiosa y así lo refleja al dar, con humildad, un consejo para las personas más jóvenes: pasar más tiempo en compañía de quien quieres.
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