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El diario del capellán que vio morir a más de cien personas

En el Hospital San Francisco de Asís. Lo escribió para poder contar a los familiares de las víctimas sus últimos momentos

Ignacio Carbajosa es catedrático de Nuevo Testamento en la Universidad San Dámaso. En la imagen, enfundado en su epi para asistir a enfermos La RazónLa Razón

Más de la mitad de las personas a las que ha prestado asistencia espiritual durante la crisis del Covid-19 ha muerto. Y durante las cinco semanas que ha estado trabajando como capellán en el Hospital San Francisco de Asís, en la calle Joaquín Costa esquina con Velázquez, justo en los momentos más críticos de la pandemia, calcula que han fallecido 115 personas.

Las conversaciones entre este catedrático de Antiguo Testamento de la Universidad San Dámaso y capellán accidental durante la crisis sanitaria y enfermos víctimas del Covid en sus últimas horas han quedado plasmadas en un diario que comenzó a escribir precisamente cuando empezó a ser testigo directo de la tragedia sanitaria. «Cuando llegaba a casa sentía la necesidad de plasmar por escrito lo que me había pasado. Porque lo más duro y lamentable ha sido ver la soledad de estos enfermos. He estado en las últimas horas de muchos de ellos. ¿Y quién soy yo para ser testigo de excepción de estas personas, cada una de ellas con una historia detrás?», continúa preguntándose aún.

Cuando Ignacio tenía conocimiento de algún fallecimiento llegaba a casa, repasaba sus notas y telefoneaba a los familiares de las víctimas para contarles que en sus últimas horas habían estado cuidados y acompañados. Les hacía partícipes de sus conversaciones, e incluso de algunos vídeos que él mismo grababa. «Una vez una viuda me dijo: padre, ya no puedo llorar, hace veinte días que tenía a mi marido en casa y ayer me dijeron que ya está muerto. Necesito el cuerpo, necesito velarlo. Son situaciones muy dolorosas».

El sacerdote cuenta que una de las mayores enseñanzas que ha podido obtener de situaciones tan dramáticas como la vivida es constatar cuál es la verdadera naturaleza humana. Uno de los enfermos con los que compartió sus últimas horas fue una persona conocida cuyo fallecimiento salió publicado en los medios de comunicación al día siguiente. «En otras circunstancias, ¿cuál habría sido mi relación con esta persona?, me preguntaba. Sin embargo, en estas situaciones nos damos cuenta de lo frágiles que somos, de que no somos el ombligo del mundo, de que no lo podemos todo y de que dependemos de los otros. En el hospital se vuelve a esta transparencia de nuestra naturaleza», relata.

Carbajosa recuerda que, con menos de una hora de diferencia llegó a dar la comunión a unos padres que querían comulgar por el nacimiento de su hijo y «ver toda la promesa de vida que encierra un nacimiento», y al poco rato encontrarse frente al cadáver de una enferma. «En estos extremos está el misterio del ser humano, que es ese infinito de felicidad, de justicia, de paz y amor y, por otro lado, de una fragilidad absoluta por un virus que viene y te lleva la vida».

Uno de los momentos que más ha marcado al sacerdote de la Universidad San Dámaso ha sido precisamente las últimas horas con un paciente de nacionalidad cubana. «Acudí a darle la unción de los enfermos. Estaba lleno de tubos, tenía una traqueotomía. Sé que el último sentido que se pierde es el oído, así que me puse junto a él a recitarle las palabras de la unción, a leerle los evangelios pensando en quién era él, en su corazón, en sus deseos sabiendo que hay un último punto de conciencia que está despierto. Y en ese momento vi que de sus ojos caía una lágrima. Ahí está todo el misterio de nuestra fragilidad y de nuestra dignidad. Son cosas que en el hospital se palpan».

Carbajosa dice que ha sufrido especialmente con el caso de dos sacerdotes, con los que se ha identificado por su entrega personal. «Me di cuenta de que el Domingo de Resurrección había gente que sufría como un Viernes Santo», relata. «El hospital es el umbral que te puede llevar a pensar que no somos nada, que la única ley es la de la ciencia de este virus, que alguien se ha comido un murciélago y lo estamos pagando o bien se puede pensar que dentro de esta pobre carne está toda la promesa de felicidad que en Cristo no se pierde».

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