De récord
El secreto de Marino y Teodosia para llevar 66 años casados: “Discutimos mucho”
Una boda modesta en Lavapiés. Fue el inicio de sus siete décadas de amor. «Ojalá poder volver a empezar otra vez», asegura este matrimonio de récord de Tetuán
El 16 de abril de 1956, Teodosia Tena y Marino Linares se daban el «sí, quiero» en la Iglesia de San Lorenzo en el madrileño barrio de Lavapiés. De origen extremeño y toledano, respectivamente, la capital les acogió desde que eran prácticamente niños y la avenida del Recuerdo en Plaza de Castilla fue testigo de su amor. Él, carpintero y ella, limpiadora, el destino les puso en el mismo camino cuando «la señora» para la que trabajaba Teodosia, adquirió un nuevo inmueble y necesitó de los servicios de su carpintero de confianza. De la primera vez que le vio, a sus 90 años, ella recuerda que «tenía muy buena planta» y que fueron muchos los que le aseguraron lo buena persona y trabajador que era. «Yo la vi entre otras asistentas pero dije, la morena es para mí. Con ella me voy a casar», cuenta Marino a LA RAZÓN. Así, como sin quererlo ni buscarlo, comenzó su historia.
Recuerdan sus primeros paseos hasta la estación de Chamartín y por la calle de Bravo Murillo, dónde entonces «todo era campo» y aprovechaban esos pequeños ratos para conversar y conocerse. Los jueves y los domingos eran sus días: «Iba siempre a buscarla a la salida del trabajo y estábamos juntos desde las cinco de la tarde hasta las nueve o las diez de la noche», confiesa Marino. Ese era el único permiso que tenía Teodosia en el trabajo. Seis años después llegó la boda, no hizo falta pedida ni anillo, pues ambos eran conscientes de que era el siguiente paso a dar y bastó con escoger una fecha en el calendario para su celebración. De ese día, ella recuerda emocionada que «estaba triste porque me vestí sola y me acordé mucho de mi madre, que ya no estaba, aunque estuve muy arropada por familiares» y que llevó «una corona preciosa, que valía mucho dinero y que mi jefa pidió a una amiga para que yo la luciese ese día tan especial». Y que una vez casada, devolvió. Tras dejar el ramo de la novia, compuesto principalmente por rosas blancas, al Cristo de Medinaceli, los novios deleitaron a sus no más de veinte invitados, todos familiares y amigos cercanos, a un delicioso «convite» que consistió en un vaso de leche y un bollo suizo. «No había dinero. Eso sí, después salimos los dos a cenar una tortilla francesa y al teatro Calderón a ver a Antonio Molina», asegura con orgullo Marino.
Siete meses después, en diciembre, se adelantó su primera hija, Asun. Después vinieron otros tres: otra mujer y dos varones que vieron la luz en la misma habitación de la cuarta planta de un edificio de la calle Vizcaya, y que ya no existe. Después de más de siete décadas juntos, el balance que hace este matrimonio es muy bueno. «Nos hemos llevado muy bien. Hemos tirado como hemos podido y bueno… Ojalá poder volver a empezar otra vez», confiesa nostálgica Teodosia. Su marido añade: «Hemos sido muy felices, aunque ahora discutimos mucho, pero fue desde que dejé de trabajar». No fue fácil para este antiguo carpintero de 94 años ver parada la vida que llevaba desde los 14 y que tan feliz le hacía. Pero, ¿cuál es el secreto para que la felicidad dure tantos años? Para ella, tener mucha paciencia mientras que él cree que está en discutir, para reconciliarse después y hacer cosas juntos. A propósito de esto, recuerdan que una de las cosas que hace ya algo más de tres años que no hacen y que les encantaba, era irse a la calle Goya a comer churros y porras.
Ahora, una «sinvergüencería»
Pero no todo ha sido un camino de rosas. Hace poco más de una semana que Teodosia está de vuelta en casa después de estar una semana ingresada por una insuficiencia respiratoria. Marino confiesa haber pasado esos días tranquilo, preocupado, pero esperando que ella regresara con él. Sentado en su sillón, sin necesidad de ver la tele, no quiso salir ni siquiera para ir a verla al hospital. «Me acordaba de ella y echaba la mano al lado de su cama o a veces, la llamaba hasta que me daba cuenta que no estaba», confiesa resignado. Pero si hay algo que, de verdad, ha echado de menos ha sido prepararle el desayuno, algo que lleva haciendo toda la vida. «Incluso cuando me despierto pronto, se levanta, me lo prepara y se vuelve a acostar», asegura con orgullo Teodosia. Esperando a estar completamente recuperada, lo primero que harán será salir a pasear juntos.
De los tiempos que corren, lo que más le preocupa a ella es el futuro de sus cuatro hijos, sus nietos y sus cinco biznietos. Y es que ella ha sido siempre de preocuparse mucho y muy protectora tanto con sus hijos como con Marino. «Y ahora como está la vida, te preocupas mucho más, si estamos viendo todos los días noticias de que pasan cosas malas. Es inevitable, te pones en lo peor», confiesa ella. «Ahora da igual, sea de noche o de día, corres el riesgo de que te peguen un castañazo o te roben. Es lo que hay», añade él. Y respecto al amor y las relaciones actuales, algunas las consideran una «sinvergüencería». «Recuerdo un día ir en el metro y ver cómo una pareja se besaba delante de todo el mundo. Es bonito, pero no delante de la gente. Antes nos besábamos también pero en casa», relata Teodosia. Sus nietas viven en pareja y el matrimonio lo ve bien, porque «ellos son muy majos», aunque confiesan que les gustaría que se casasen. «Son felices, se llevan muy bien y eso es lo importante», sentencia Marino. Y qué es esto sino una muestra de que la vida está para ser feliz –y hacer por ello– y que muchas veces no necesitamos mucho, pues lo bonito está en las pequeñas cosas y en el día a día.
Al futuro le piden seguir como están. A Teodosia no le duele nada y, aunque le gustaría ver mejor –padece degeneración macular–, no pide más que seguir así de tranquila. Por su parte, lo único que espera Marino es seguir pudiendo salir a andar y si es con su mujer, mejor.
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