Oficios

Los azacanes de Madrid: una profesión que se llevó el agua corriente

Regulados por el Ayuntamiento, su trabajo, además de la venta ambulante de agua fresca, consistía en transportarla en barriles y grandes cántaros hasta las casas de los madrileños

Aguadoras en las calles de Madrid
Aguadoras en las calles de MadridAyuntamiento de Madrid

“¡Agua! ¿Quién quiere agua?”. Este grito, que parece sacado de la zarzuela de Federico Chueca, “Agua, azucarillos y aguardiente”, se oía, hasta no hace mucho, y antes, durante siglos, por las calles de Madrid. Los aguadores, y aguadoras, –no es esta una cuestión de género, pues también había mujeres en esta profesión-, recorrían la capital vendiendo su claro y transparente producto.

Se conoce su existencia desde el siglo XV, cuando ya funcionaban las primeras fuentes públicas de Madrid y estuvieron trabajando hasta bien entrado el siglo XX. Ahora, cuando tanto se oye hablar de las profesiones del futuro en la época de la digitalización, algunas “que nunca antes había pensado que existieran”, no está de más recordar aquellas otras que se han quedado en el olvido gracias, entre otros, al Canal de Isabel II... aunque esa es otra historia.

Aguadores de Madrid
Aguadores de MadridAyuntamiento de Madrid

Se trataba este de un gremio aparentemente controlado y regulado por el Ayuntamiento. Su origen como profesión es bastante anterior, ya que los encontrábamos en la época musulmana en la península ibérica, donde entonces se llamaban los azacanes moros o mozárabes que en Madrid, como en en otras ciudades como Toledo o Sevilla, prestaban su oficio de porteadores de agua sirviéndose para ello de un burro o un carro llevado por ellos mismos.

Su función consistía en suministrar agua a la población de Madrid, y, en ese sentido, los había de dos tipos. Los que transportaban, ayudados de mulos, grandes barriles o cántaros con agua hasta casas vecinales y los que se dedicaban a ofrecer un servicio más personal, un trago de agua fresca con sus botijos a los sedientos viandantes. Sedientos y con el gaznate seco y lleno de tierra, como el suelo de la mayor parte de Madrid, de ahí que beber agua, aclarar la garganta, fuese algo ansiado, a cada poco, en las calles. Aquí había negocio, sin duda.

Aguadores de la Fuente del Berro
Aguadores de la Fuente del BerroAyuntamiento de Madrid

Estos desaparecidos trabajadores urbanos tenían como oficinas las principales fuentes de Madrid. Según datos de 1822, la más demandada era, curiosamente, la de la Plaza de la Puerta Cerrada, en la que se congregaban 142 aguadores. Le seguían: Puerta del Sol (88), Plaza de la Villa (55), Puerta de Moros (53) y Cibeles (33), entre otras. Un problema que suponía la presencia de esta gente en dichas fuentes es que, por así decirlo, se adueñaban de los caños por lo que los vecinos particulares que se acercaban a por un poco de agua, se las veían y deseaban para conseguir su liquido objetivo. Unas disputas que no pocas veces terminaban en altercados. Lo que se hizo entonces fue clasificar las fuentes, algunas sólo estarían destinadas al uso de los vecinos, otras reservadas para los aguadores y, un tercer tipo, de utilización mixta.

Ya en tiempos de Felipe II se les aplicó una regulación y normativa propia, a lo que más adelante se le diseñó un uniforme exclusivo (tanto para verano como para invierno) y, además, cada uno tenía su propio número de licencia. Es decir, casi nos recuerda por su especialización y formas a otros gremios de nuestros días, como podría ser el del taxi.

Hasta entonces su época dorada, pues con la construcción del Canal de Isabel II, como decíamos, empezaron a sentir cerca su fecha de caducidad. Las casas de los nuevos barrios empezaron a disponer de agua corriente. Un lujo que se convirtió en algo básico a la misma velocidad que los aguadores se fueron extinguiendo del paisanaje social de Madrid.

No parece haber quedado homenaje urbano a la tarea de los aguadores de Madrid, ni en fuentes ni en monumentos públicos. Sí tuvieron referencia en la Planimetría General de la Villa con una calle de Aguadores, que luego, en 1894, se rebautizó con el nombre de calle del Marqués de Leganés, por hallarse cerca el Palacio de Altamira. O su presencia, como decíamos, en la zarzuela “Agua, azucarillos y aguardiente”, como una última referencia al gremio.

Aguadora de Goya
Aguadora de GoyaEfe

Si acaso, su mayor valedor, seguramente que involuntario, fue Goya. Así parece contarlo en su Aguadora, una joven que, con un truco óptico propio del genio del pintor de Fuendetodos, mira al espectador desde su altura ficticia, mientras pasea la cántara encajada en la cadera y lleva en la otra mano un cestillo con copas o vasos para beber. En cualquier caso, el “homenaje” de Goya a esta anónima madrileña, que más bien parece un cuadro de costumbres de comienzos del siglo XIX, no se encuentra en Madrid sino en el Szépmuvészeti Múzeum de Budapest, donde entró dentro de la colección Esterházy, en 1871. A buen seguro que el cuadro tendrá una explicación sobre cómo se ganaba la vida esta joven, pues es posible que su trabajo extrañe a quienes viven al lado del Danubio y tan lejos del Manzanares.