
Muslo o pechuga
Chiquilla: cocina con alma, bistró con acento andaluz
Y lo marino, ay lo marino: mariscos desnudos y pescados que aún respiran su sal tratados con un respeto cercano a la veneración

En la Sevilla de los nuevos tiempos —tan castiza como valiente, tan barroca como inquieta— algo huele a revolución. Y no es incienso. Es el aroma de los fondos bien hechos, de las planchas sin prisas, del producto que habla por sí solo sin pedir permiso al postureo. Una Sevilla que por fin se mira sin complejos y se lanza a conquistar la alta cocina desde abajo, desde lo esencial.
Y en ese mapa de nuevos placeres aparece Chiquilla, que con nombre de saeta flamenca y gesto de bistrot afrancesado —aunque muy del sur—, se instala sin pedir permiso en el selecto club de los templos gastronómicos con alma. Un pequeño local, sí. Pero grande en ambición.
Un restaurante con cocina abierta —literalmente abierta— donde se desnuda la propuesta, se cocina a la vista, y se muestra con orgullosa honestidad el qué, el cómo y el por qué. Aquí no se oculta nada: ni los productos seleccionados con mimo cada mañana ni la forma en la que se miman en el pase. Transparencia radical, que es la nueva sofisticación.
Y lo marino, ay, lo marino. Qué forma de honrar al mar sin retórica. Mariscos desnudos y pescados que aún respiran su sal, tratados con un respeto que bordea la veneración.
Elaboraciones que equilibran técnica, sutileza y sabor. Nada de barroquismos sin alma. Todo aquí sabe a lo que tiene que saber. Y sin pedir perdón por ello.
Pero el capítulo cárnico no se queda atrás. Es más, ofrece una rareza de esas que te reconcilian con el mundo: el tournedo Rossini. Ese himno a la decadencia bien entendida, al lujo que no grita, ejecutado con precisión de relojería suiza y con ese toque final que lo eleva de receta a interpretación.
Aquí no hay réplicas, hay versiones. Y eso —en estos tiempos de repetición constante— es un milagro.
El conjunto se completa con algo que parece olvidado en demasiadas casas: la dirección. La mirada invisible pero firme de quien orquesta todo para que todo fluya.
Desde el pan artesano hasta la selección de vinos (ajena a modas pero muy atenta a la autenticidad), desde la sonrisa del servicio hasta la elección del ritmo en sala. Todo responde a una idea, a un propósito. A un oficio.
Chiquilla no quiere ser moderna. Lo es. Porque ser moderno no es poner una flor en el plato, sino hacer que cada elemento tenga sentido. No es epatar, sino emocionar. Y aquí uno se emociona. Porque aprende, se deja llevar, y sobre todo se siente bienvenido. Como en casa. O incluso mejor.
Esto no es un panegírico. Es una declaración de principios. Porque lo que antes era normal —comer bien, ser tratado con respeto, pagar un precio justo— hoy es excepcional. Y en Chiquilla lo excepcional se hace rutina. Por eso hay que celebrarlo.
Rompo una lanza, pues, por lo auténtico. Por el error con intención, por la imperfección que habla de verdad. Por los restaurantes que no quieren ser otra cosa que lo que son: casas de comidas con alma y con discurso. Y sí, este lugar engrandece Sevilla, porque no busca ser una postal, sino una vivencia.
LAS NOTAS
Cocina: 8,5
Sala: 8
Bodega: 8
Felicidad: 9
Precio medio: 50–70 €
✕
Accede a tu cuenta para comentar