Reportaje

Una Comunidad con acento mexicano

Conocemos a tres de los 8.567 mexicanos que vieron la capital como un lugar para comenzar una nueva vida

Jimmy Lozano, mexicano propietario de la. Tacoctelería de la calle Valverde en Madrid.
Jimmy Lozano, mexicano propietario de la. Tacoctelería de la calle Valverde en Madrid.Alberto R. RoldánLa Razón

Imagínense vivir hasta los veinte años en Torreón de Coahuila, una ciudad al norte de México, -punto clave de violencia y peligrosidad- y que tu primer contacto con España sea el madrileño barrio de Salamanca. Era 2008, cuando Ana Paola de la Cruz se mudó con sus tres hermanos y su madre, prometida con un español que había conocido por internet, para emprender una nueva vida. «En México si no estudias, no eres nadie, así que cuando me enteré que nos mudábamos me matriculé en una escuela para estudiar diseño de interiores». El choque fue «brutal», confiesa. A diferencia de su ciudad, por las calles de Claudio Coello, Serrano o Velázquez, la gente caminaba deprisa, no sonreía y mucho menos saludaba. «Lo peor fue la relación con mis compañeros; me trataron fatal. Me sentía totalmente fuera de lugar, oprimida, pero es que ellos no podían entender el gran esfuerzo que suponía para mi pagar ese curso. Vivían en otra realidad», explica.

Trabajó como camarera en bares y restaurantes, en un catering, vendiendo planchas, en una discoteca… «Tuve que dejar un año de estudiar, seguir trabajando para ahorrar, y poder volver a la escuela». Solo sintió apoyo y refugio en aquellos compañeros que como ella, venían de otras ciudades o países a estudiar y tenían que trabajar para costeárselo. «Vi cómo muchos no fueron capaces de compaginarlo y, por ellos y por mi orgullo, logré graduarme». Sintiéndose perdida, fue entonces cuando recordó la ilusión y las ganas con las que dejó atrás su país y decidió seguir luchando por encontrarse de nuevo. «Mi visión de Madrid cambió cuando empecé a trabajar, conocí gente trabajadora y volví a bailar folclore, algo que me hacía feliz desde los tres años».

 Ana Paola de la Cruz, mexicana, en Antiquísima, Taller de restauración muebles en Madrid.
Ana Paola de la Cruz, mexicana, en Antiquísima, Taller de restauración muebles en Madrid.Alberto R. RoldánLa Razón

Sin embargo, el nivel de los grupos que existían en la ciudad eran bastante «amateur» y decidió montar uno por su cuenta donde enseñar a todo el que le interesase este tipo de baile. Así, en 2016, con solo seis personas de distintas nacionalidades nació Leyendas de México, un grupo oficial y reconocido de danza folclórica que supera la veintena de integrantes. Además de estar al frente de esto, la mexicana ha sido la responsable del desfile de la Hispanidad y está vinculada con Casa de América, Casa de México y embajadas. Por si esto fuera poco, lo compagina con otra de sus pasiones: la restauración. «Mi mente necesita estar activa, soy muy creativa y cuando encontré un trabajo estable como recepcionista en una naviera, decidí buscar algo que me inquietase y fue la restauración». Desde hace cinco años, junto a su socia, está al frente de Antiquísima (Segovia,10), un taller de restauración de muebles, donde además imparten cursos de restauración y venden antigüedades. «Sin embargo, desde hace un año, mi mayor obra de arte es mi hijo, Paolo. Desde que él llegó todo ha cambiado pero sigue siendo un reto diario y me encanta», sentencia.

Fue también el amor lo que llevó a Jimmy Lozano a dejar Francia, donde vivía por su trabajo como bailarín en una compañía, e instalarse en la capital española hace cinco años. Antes había estado en Portugal y sería en una gira lo que despertaría en él su interés por traer hasta Europa la gastronomía de su país natal. «Pasamos por países como Alemania, Austria y Dinamarca y probando sus restaurantes mexicanos, me di cuenta que eran nefastos y se me ocurrió abrir uno que estuviese a la altura en Madrid», explica. Debía ser en la capital española por su cercanía con México y porque la mayor comunidad de mexicanos de Europa está aquí. Los madrileños están súper familiarizados con la comida mexicana, saben lo que van a pedir y compartimos muchos productos. No podía ser en otra ciudad».

Entrevistas Mexicanos en Madrid. Dia Hispanidad. Jimmy Lozano propietario de la. Tacoctelería de la calle Valv
Entrevistas Mexicanos en Madrid. Dia Hispanidad. Jimmy Lozano propietario de la. Tacoctelería de la calle ValvAlberto R. RoldánFotógrafos

La pandemia, y su consecuente bajada de precios, le dio la gran oportunidad de abrir la Tacoctelería (Valverde, 7) muy cerca de la Gran Vía. «Para lo que me había formado toda mi vida era para bailar, estuve compaginándolo un tiempo hasta que desarrollar este nuevo proyecto me obligó a dejarlo; fue la decisión más importante de mi vida». Hasta entonces lo había hecho con Leyendas de México, donde además de trabajo encontró un gran apoyo de sus compatriotas. Una decisión que también vino motivada por un gran propósito para él: traer a Madrid a sus padres y a su hermano. «La situación en Ciudad de México era insostenible, había muchísima inseguridad. Ellos trabajaban allí cocinando y tras comentarle mi idea de abrir un restaurante me dijeron que vendrían conmigo», cuenta.

Gran parte del éxito del restaurante, dice, se debe a que sus padres estén en los fogones. «Hacemos comida mexicana auténtica y nos preocupamos porque los productos sean de la mejor calidad y a ser posible, de allí». Basta con pasarse a cualquier hora por allí y ver que siempre está lleno. Y que más del 50% de sus clientes son mexicanos. «He visto emocionarse a más de uno tras probar nuestros tacos porque les recordaban a sus abuelas o a sus madres y les transportaba a nuestro país», confiesa. Lozano está feliz en Madrid y se nota, desde hace tres años dice sentirse en el camino correcto. «Desde que abrimos no hemos ido para atrás y nos han reconocido con diferentes premios lo que estamos haciendo. Mis papás no quieren regresar y yo estoy muy orgulloso, todo marcha bien».

Dalia Mendoza, mexicana
Dalia Mendoza, mexicanaGonzalo PérezLa Razón

Unas prácticas de tres meses durante el verano de 2016, hicieron que Dalia Mendoza se enamorase de Madrid. Dos años más tarde, tras graduarse en relaciones internacionales y trabajar en su país, tenía claro que quería salir de allí. «No sentía que fuese mi lugar, quería conocer otras culturas, gente nueva y siempre me gustó viajar», cuenta. Por eso, buscó un máster para seguir formándose en la capital española. «No quería irme sin nada, quería algo de estabilidad y me fui con ahorros para el primer semestre; sino encontraba ninguna fuente de ingresos, tendría que regresar». El permiso de estudiante solo le permitía trabajar en puestos relacionados con el máster que estaba estudiando, sobre cooperación internacional. Dio clases de inglés, hasta que logró sus primeras prácticas remuneradas y así sobrevivió hasta que terminó el máster. Pero como para muchos otros, la llegada del coronavirus, fue su golpe de realidad. «Había vivido dos años prácticamente engañada. Me quedé sin trabajo, las prácticas se paralizaron y al terminar el máster, mi círculo se esfumó. Eran personas que venían de España o de otras partes del mundo a estudiar, pero ya habíamos terminado», explica.

Entonces, tuvo que volver a empezar de cero, buscar trabajo y una forma de quedarse. «Esto hizo que me desencantara con algunas cosas en las que no había reparado, como la dificultad de encontrar trabajo o lo lenta que es la burocracia. Pero Madrid me sigue encantando, no me arrepiento». En la actualidad, trabaja como consultora en estrategias de sostenibilidad. Un trabajo que le ha servido para «aterrizar en su realidad con España». «Me ha servido para entender cómo funciona el sector público y privado, diferenciar lo que me gusta, lo que no, cómo se gestiona y comparar las cosas con las de mi país». Allí, vuelve con frecuencia y lo hace por ver a su familia y aunque dice que siempre lo echará de menos, ha entendido que no es su lugar para vivir.