Opinión

Madrid vota mal

Monedero ha tardado 60 años, politólogo él, en descubrir que la democracia no consiste en que todos pensemos lo mismo sino en que podamos pensar distinto y convivir en paz

Juan Carlos Monedero
Juan Carlos MonederoAlejandro Martínez VélezEuropa Press

Parece que en Madrid no votamos muy bien. Sabemos hacer otras cosas: llenar las terrazas de los bares, atascar la salida de la ciudad dirección Valencia, no encontrarnos con nuestros ex… Pero votar, lo que se dice votar, lo hacemos regulinchi. Tirando a mal. Le tenemos cogido el tranquillo al método, a su ejecución. Somos muy capaces de comprobar que está nuestro nombre en el censo, de introducir una papeleta en un sobre, cerrarlo convenientemente, depositarlo luego en la urna que corresponde tras enseñar a la persona indicada nuestro documento identificativo y hacerlo, además, en el colegio electoral designado para ello. Hasta aquí, todo bien. El problema viene luego, con el recuento. Cuando, los que no entienden que si todos sus amigos votan al PSOE pueda ganar el PP, se dan cuenta de que hay vida, y realidad, más allá de la cámara de eco del clapclap de la palmada en la espalda. Nada en contra del desengaño y la decepción: nadie defiende una idea pensando que no es correcta y a todos nos gusta que gane nuestra opción. Lo preocupante es la desacomplejada con la que manifiestan el desacuerdo, no ya con los resultados (que también), sino con el mecanismo propio de la democracia que establece que la decisión adoptada será la que decida la mayoría. Para algunos demócratas esto, ese principio de la mayoría que es reflejo de la voluntad del pueblo, es a veces mejor y a veces peor. Por eso Juan Carlos Monedero se desespera, pobre, y se niega a pensar que los que piensan diferente a ellos sean más. Que les votemos. Monedero ha tardado 60 años, politólogo él, en descubrir que la democracia no consiste en que todos pensemos lo mismo sino en que podamos pensar distinto y convivir en paz. Y no le ha gustado. Porque votamos mal.