Palacios de Madrid

El Palacio de los Bauer de Madrid, de salón de la baile de la nobleza a Escuela Superior de Canto

Levantado en el siglo XVIII para residencia de los marqueses de Guadalcázar, a finales del XIX, fue comprado por los Bauer, una familia hebrea de banqueros representantes en España de la Banca Rothschild

Palacio de Bauer
Palacio de Bauer. David JarDavid JarFotógrafos

Desde que Madrid fuera elegida capital del Reino allá por 1561 y la Monarquía fijara aquí su residencia, los nobles y poderosos se han acercado a la ciudad para “arrimarse” al poder y en la ciudad instalaron muchos de ellos sus palacios.

A lo largo de estos más de cuatro siglos las calles de la ciudad vieron levantarse infinidad de mansiones aristócratas y, poco a poco, también de las familias más adineradas, una burguesía creciente que quería impresionar con sus suntuosos palacios y demostrar su poderío económico.

Y aunque la piqueta y las guerras se han llevado por delante en Madrid mucho más patrimonio del que sería deseable, no son pocos los ejemplos que quedan en la ciudad de estos edificios, muchas veces desconocidos para los propios madrileños.

Es el caso del conocido como Palacio Bauer, levantado allá por el siglo XVIII para residencia de los marqueses de Guadalcázar. El edificio está compuesto por sótano, plantas baja, principal y ático, y presenta dos fachadas principales en esquina en las que predomina la sillería del zócalo, el ladrillo de los muros y la piedra blanca de impostas y molduras. Destaca por la sobriedad de su fachada, en la que sólo destacan las ventanas con rejería del primer piso. En el interior es interesante la escalera de acceso al edifico, cuyo techo está decorado con casetones con motivos florales dorados.

Palacio de Bauer.
Palacio de Bauer. David JarLa Razón

Dos siglos más tarde, a finales del siglo XIX, el palacio fue comprado por los Bauer, una familia hebrea de banqueros de origen alemán y representantes en España de la poderosa Banca Rothschild. De hecho, para dejar su impronta en el edificio, deciden llevar a cabo una reforma, que corre a cargo del arquitecto Arturo Mélida y Alinari, que se encarga también de la nueva decoración y deja como seña de identidad el óculo con el anagrama de la familia en el vestíbulo. De esta época es buena parte de su aspecto actual, marcado por el lujo y la elegancia propios de los años de esplendor que vivía Madrid. Como curiosidad, se introdujeron en la decoración puertas decoradas en estilo neopompeyano así como otros elementos decorativos inspirados en la antigüedad.

Mélida, hermano del célebre arqueólogo español José Ramón Mélida, manifestó su interés por el mundo oriental en el Salón de Baile, en el que combinaba elementos clásicos con otros de gusto oriental que recuerdan las decoraciones del Salón de Actos del Ateneo de Madrid. Utilizó este estilo pompeyano en otras dos salas del Palacio Bauer: la de las Cuatro Estaciones y, sobre todo, la que hoy lleva el nombre de Aula Lola Rodríguez de Aragón.

De hecho, la casa de los Bauer se hizo cita ineludible de la alta sociedad capitalina gracias, siendo sus fiestas muy nombradas en los periódicos de la época e, incluso, en alguna novela. Sin embargo, la gloria nunca es eterna y las crisis hicieron mella en los Bauer y el palacio, poco a poco, fue cayendo en el abandono hasta que, en 1940, tras un periodo de abandono, lo adquiere el Estado para Real Conservatorio de Música y Declamación. En 1952 fue instalada, temporalmente, la Escuela de Arte Dramático y Danza.

Palacio de Bauer. David Jar
Palacio de Bauer. David JarDavid JarFotógrafos

Cuando estos usos pasan al Teatro Real, se readapta para Escuela Superior de Canto según el proyecto de González Valcárcel, que transforma el antiguo salón de baile en teatro y sustituye el revoco de la fachada por ladrillo visto.

El edificio, que en 1972 fue declarado Monumento Histórico Artístico, sufre un lento deterioro provocado por innumerables reformas y el mal estado de las cubiertas, hasta que en el año 1989 el equipo Artigas, Patón y Pina, con la colaboración de Alberto Tellería Bartolomé, emprende una nueva reforma y restauración que, pese a su profundidad, trata por todos los medios de ser respetuosa con la riqueza decorativa y los ambientes interiores del teatro, escalera y salones. Con todo, se reestructuran tanto las cubiertas como los espacios funcionales sin interés, logrando así formalizar un vestíbulo en el angosto espacio de arranque de la escalera principal y una nueva sala de coros sobre el teatro.

Se restauran también las fachadas interiores y el jardín de ocho calles con fuente central, que fue muy importante en la vida social y musical de finales del siglo XIX.