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Medio Ambiente

Mario Rodríguez, director de Greenpeace: «No se podrá decir que no lo intenté»

El físico de profesión y activista medioambiental renuncia a su cargo en la organización medioambiental tras 10 años al frente, pero no abandona sus ideales: «Es un compromiso personal que, desde que soy padre, ha ido a más. Quería dejar un mundo mejor para todos»

Mario Rodríguez deja la dirección de Greenpeace tras ocho años en el puesto.El director de Greenpeace, Mario Rodr√≠guez, ha decidido dejar la direcci√≥n de la organizaci√≥n tras ocho a√±os en el cargo y m√°s de 30 a√±os de dedicaci√≥n en la ONG por la que ha pasado por diferentes puestos, aunque seguir√° al frente todav√≠a unos meses m√°s hasta que su sustituto ocupe la direcci√≥n.SOCIEDADGREENPEACE
Mario Rodríguez deja la dirección de Greenpeace tras ocho años en el puesto.El director de Greenpeace, Mario Rodr√≠guez, ha decidido dejar la direcci√≥n de la organizaci√≥n tras ocho a√±os en el cargo y m√°s de 30 a√±os de dedicaci√≥n en la ONG por la que ha pasado por diferentes puestos, aunque seguir√° al frente todav√≠a unos meses m√°s hasta que su sustituto ocupe la direcci√≥n.SOCIEDADGREENPEACEGREENPEACE

Mario Rodríguez Vargas (Madrid, 1965) es físico, especializado en astrofísica y director de Greenpeace España desde hace 10 años. No planea sumar un undécimo. De hecho, no se ve al frente de la organización el próximo abril «o como mucho, en junio», cuando prevé que termine el proceso de selección que comenzó cuando renunció a su cargo, en noviembre de 2020. Rodríguez deja la dirección de la ONG «con unos 145.000 socios» y a una organización convertida en el referente de la lucha medioambiental en nuestro país.

–¿Se va con los retos cumplidos?

–Creo que he avanzado en ellos, porque eran muy ambiciosos. Las líneas de acción que marqué fueron, por un lado, descentralizar geográficamente nuestras acciones (trabajar desde lo local y poner el punto de mira en las zonas agrícolas) y la justicia social; es decir, producir un cambio en el modelo de consumo sin dejar a nadie atrás.

–La pregunta del millón: ¿por qué se va de la dirección?

–Quería cambiar de aires, lo cual no quiere decir que no esté contentísimo con lo que hemos hecho y con la organización. Simplemente, soy de los que piensan que los liderazgos tienen unos tiempos y, tras una década al frente de Greenpeace, consideré que había llegado el momento. Siempre lo he dicho: «El que no arriesga no produce cambios». Seguiré luchando, pero en otro lugar.

–¿De dónde le viene esa vena de luchador ecologista?

–Sucedió en 1982. Yo empezaba la universidad y seguía todo lo que hacía Greenpeace por los periódicos, cuando vi una imagen tremenda: dos lanchas de voluntarios trataban de evitar que un gran barco lanzara bidones con residuos radiactivos al mar, en la fosa atlántica (Galicia). Uno de los bidones les pasó a un palmo de la cara, pero seguían tratando de detener el vertido. Aquello me impactó. Me llamó la atención esa forma de luchar para cambiar las cosas. Me atrajo. Fue un flechazo, si me apuras. Yo estaba muy metido en la campaña para la eliminación de la mili, fui objetor de conciencia y estaba conectado al activismo social. Acabada la universidad me surgió un trabajo en una empresa de tecnología, pero no cuadraba con mis inquietudes. Lo dejé. A menudo miraba mi diario de recortes de periódico sujetos por un clip y la fotografía de los bidones radiactivos cayendo… así que me planté en la ONG y les dije: «Yo quiero trabajar aquí». Había un hueco en Greenpeace Internacional, pasé el proceso y me incorporé en 1992. Unos meses después de entrar se celebró la primera Cumbre de Naciones Unidas en Río de Janeiro. Fue un momento de impacto. La conciencia ambiental global estaba naciendo.

–¿Cómo fue su primera protesta ecologista?

–A principios de los 90, Francia continuaba explotando bombas nucleares en Mururoa, así que nos encadenamos ante la embajada francesa. Otra acción que recuerdo fue después de que Greenpeace me encargara poner en marcha la Campaña de Bosques en España [en 1993], de la que fui responsable durante 10 años. Hicimos un análisis global en el que mostrábamos que el tráfico de madera ilegal era una realidad. En esas, bloqueamos la entrada a España de un barco de madera tropical de Camerún. Acabé en la comisaría de la Malvarrosa, en Valencia.

–¿Cómo se cambia más rápido la realidad social; desde abajo, como activista o desde arriba, como como director?

–Soy un convencido de que las cosas se pueden cambiar a través de una lucha contundente y pacífica. Hay quienes generan opinión, quienes divulgan la ciencia y quienes gestionan... Todo enriquece. Pero yo pienso para hacer. Soy así desde siempre. Aunque en 2001 me encomendaran a la «sala de máquinas» del barco cuando fui nombrado Director de Campañas y después Director Ejecutivo, cuando he tenido que interactuar con directivos de grandes empresas y miembros del gobierno, nunca he perdido mi componente activista. Me gusta pensar que el director de Greenpeace es un activista que dirige una organización. Soy un «activista gestor», por muy raro que suene eso [ríe]. Por otro lado, creo que dejo un estadio de interlocución positivo. Aunque haya habido momentos de tensión entre Greenpeace y actores políticos y empresariales (me he sentado a charlar con directivos de empresas a los que habíamos denunciado), ha habido siempre, y ante todo, mucho respeto.

–La de ser un «activista gestor» podría ser una buena cualidad para dedicarse a la política…

–Te soy sincero: no me voy porque me hayan ofrecido un trabajo mejor. No sé dónde acabaré, pero tengo clara una cosa: albergo un gran respeto por la clase política; juegan un papel muy importante como aceleradores y generadores de cambios, pero yo no tengo esa pasta. No me veo ahí, igual que tampoco me vería gestionando una empresa. Al final y después de todo, soy astrofísico.

–Desde 1990, década en la que usted entró en Greenpeace, el calentamiento global inducido por las emisiones de CO2 ha aumentado casi un 50%, según la ONU. En el mismo periodo, se han perdido 81 millones de hectáreas de bosques primarios. Y así, suma y sigue. Tras 30 años luchando, ¿a qué se aferra para no caer en la desesperanza de sentir que vamos cada vez peor y que la lucha no ha servido de nada?

–Greenpeace empezó a alertar sobre los efectos del cambio climático en 1985. Primero hay rechazo, después resistencia al cambio, luego empiezan a verlo y, al final, hay cambio. Pero desde que alertas hasta que provocas una reacción pasa mucho tiempo, y la capacidad de destrucción de la actividad económica humana es elevada y muy rápida. Esto es una carrera de fondo. ¿Qué me llega a seguir aguantando? Un compromiso personal que, desde que soy padre, ha ido a más. Quería dejar un mundo mejor para todos. No sé si habré conseguido algo o no, o si habré sido una parte de la solución. Pero, por lo menos, no se podrá decir que no lo intenté.

–Algunos dirían que se va «justo cuando llega lo mejor», en el contexto de mayor conciencia ambiental de la historia de España...

–Esta es una década brutal. Nuestra generación es la primera que está sufriendo los cambios climáticos y la única que tiene el poder de cambiarlo todo porque, por edad y experiencia, es la que ocupa los puestos de administración o de dirección. La siguiente generación, la de los jóvenes, sufrirá las consecuencias de la degradación ambiental, pero no tendrán capacidad de poder cambiarlo porque aún no habrán accedido a puestos de decisión.

–Usted que tiene experiencia, ¿en qué ha cambiado en el activismo medioambiental desde los 90 hasta hoy?

–A finales de los 80 había un activismo medioambiental de ámbito conservacionista y naturalista. Nosotros éramos lunáticos, bichos raros, «los de las lanchas»... pero luego empezaron a ver que aportábamos datos, que realizábamos actos incómodos. Éramos pocos, pero muy convencidos. Ahora somos muchos y convencidos. La juventud ha despertado y tenemos de nuestro lado a una de las generaciones más formadas de la historia. Ellos tienen el derecho ético de exigirle a sus mayores un mundo mejor con los datos en la mano, y nosotros tenemos la obligación moral de dejarles el mundo que desean. Las manifestaciones de Fridays for Future fueron fueron un soplo de aire fresco y me han dado mucha esperanza. A lo mejor soy un optimista consumado, pero no veía un momento parecido desde el Prestige, cuando la ciudadanía recogió el chapapote con las manos y obligó al Gobierno a actuar.

–Precisamente, meses atrás presentáis dos acciones legales históricas contra la gestión del Gobierno. La primera, en septiembre, una demanda al Estado ante el Supremo por su inacción climática. Y, de manera reciente, una denuncia al Gobierno de España ante la Comisión Europea por no cumplir con las tasas de reciclaje. ¿Hay sentimientos de decepción ante este ejecutivo entre los ecologistas?

–Igual que les denunciamos, creemos que este es un Gobierno comprometido con la lucha climática. Pero van lentos. Si los órganos Ejecutivo y Legislativo no asumen el nivel de compromiso alcanzado a través de leyes, les denunciamos. Puede ser paradójico que lo hagamos con el Gobierno que más está haciendo, pero no es suficiente. Con respecto a los residuos, se han tolerado estadísticas que no eran reales. España no está reciclando tanto como dice. Se ve en los vertederos, en las costas. No podemos hablar de que la economía circular va a ser uno de los ejes de la Transición Ecológica con tasas de reciclajes que no son reales. Negando la realidad no vamos a conseguir nada. De ahí las denuncias. Cuando agotas todas las vías, como la interlocución y el diálogo, hay que recurrir a la denuncia. El objetivo, por incómodo que sea, es el interés general.

–La conciencia medioambiental es importante pero, ¿siente de verdad que los fondos de inversión, empresas y gobiernos están escuchando a la ciudadanía?

–A día de hoy hay una conciencia ambiental planetaria, que ha impregnado tanto al sector económico como a los gobiernos. En el caso de los fondos financieros, una vez que se dan cuenta de cómo debe ser el futuro, suelen ir rápido. Los hay que ya han dejado de invertir en petróleo. En el sector empresarial, aunque hay cambios, también hay una cuenta de resultados. Tienden a «pintar de verde» ciertas cosas porque la dirección ya sabe en qué dirección deben ir, pero van lentos por motivos económicos. A los que veo más «remolones» es a los gobiernos, porque hacen cálculo electoral y tienen «mentes cortas», pues viven a 4 años vista. Y eso que lo ambiental no tiene ideología, no es de izquierdas o derechas. Pero les veo viendo haciendo demasiados cálculos y necesitan más audacia y ambición. No lo digo yo, lo dice la ciencia: tenemos hasta 2030 para evitar una catástrofe global. Entiendo que se trata de un reto planetario y que no es fácil, pero se nos acaba el tiempo. No soy alarmista, pero si no actuamos ya, vamos a perder la oportunidad. Los jóvenes ya no tendrán un papel de cambio, porque no va a existir otro papel más que el de aguantar las consecuencias.