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Medio Ambiente
Biodiversidad
Un 75% de los cultivos alimentarios dependen del trabajo de los polinizadores, pero muchos de ellos están en riesgo de desaparición. El monocultivo, los fitosanitarios químicos o el cambio climático están acabando con estos animales tan básicos para la supervivencia humana. Sin embargo, cada vez son más los proyectos que intentan protegerlos
Cuando la ONU afirma rotunda que nuestra supervivencia depende de las abejas no está exagerando. Sin ellas no hay agricultura; nada menos que el 75% de los cultivos alimentarios del mundo dependen de la polinización. «Las tasas actuales de extinción de especies son 100.000 veces más altas de lo normal debido a las repercusiones humanas. La población de polinizadores invertebrados –en particular las abejas y las mariposas– ha disminuido de manera preocupante, debido principalmente a prácticas agrícolas intensivas, cambios en el uso de la tierra, plaguicidas (incluidos los neonicotinoides), especies exóticas invasoras, enfermedades, plagas y el cambio climático», dice el organismo.
Al estrés provocado por el cambio climático, los pesticidas, el hongo nosema ceranae o el temible ácaro varroa, hay que sumarle también ahora la voracidad de la invasora avispa asiática y los microplásticos. Según publica National Geographic en relación a un artículo del Science of the Total Environment se han encontrado hasta 13 polímeros sintéticos distintos adheridos a su cuerpo.
La ONU tiene claro que para ayudar a tan importantes insectos hay que reducir o modificar el uso de pesticidas; sembrar cultivos florales y diversos en el campo, reservar algunas zonas como hábitat natural, proteger las colonias de abejas silvestres o comprar miel sin refinar a los agricultores locales.También Europa va en la misma línea de actuación en la defensa de las abejas, consciente de que un 75% de los insectos del viejo continente ya han desaparecido. De hecho, uno de los pilares de la Estrategia sobre Biodiversidad es la detención de la pérdida de polinizadores. Para ello proponen medidas como reducir el 50% el uso de plaguicidas químicos para 2030. La oficina en España del Parlamento Europeo publicaba hace unos días un artículo en el que recoge la petición de los eurodiputados de ser más contundentes para detener el declive de polinizadores. Es más piden que no se renueve la aprobación del glifosato a partir de 2022 y que se cree una «Plataforma Europea para la Ecologización Urbana junto con objetivos vinculantes sobre la biodiversidad urbana, como una proporción mínima de techos verdes en los edificios nuevos y la prohibición del uso de pesticidas químicos».
En el mundo existen más de 20.000 tipos de abejas y en la Península, lugar privilegiado para la biodiversidad por su condición mediterránea y su proximidad a África, conviven más de 1.000 especies diferentes. España cuenta desde hace unos meses con su propia Estrategia Nacional de Conservación de Polinizadores ya que «estas poblaciones prestan un servicio ecosistémico esencial valorado, en el caso del sector agrícola español, en unos 2.400 millones de euros anuales», dice el texto.
Las abejas estén en el foco de interés de la política y protagonizan cada vez más proyectos de organizaciones de todo tipo. «Los últimos años hemos hecho mucha difusión en redes sociales y contamos con el apoyo de organizaciones como la Fundación Biodiversidad o Greenpeace. Todo esto se está notando en el volumen de proyectos destinados a su conservación. La guinda del pastel ha sido la pandemia», explica Eva Miquel, apicultora y portavoz de la Fundación Amigos de las Abejas. Ahora mismo hay sobre la mesa varios proyectos de apiarios solares. Varias empresas energéticas quieren incorporar colmenas en sus desarrollos de parques fotovoltaicos. Además, incluyen la plantación de especies florales o de frutas en las zonas de sombra.
También están los llamados olivares de miel. En el valle del Tajuña un grupo formado por el Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA) o la Unión de Agricultores y Ganaderos (UPA Madrid) entre otros han instalado colmenas entre los olivares y plantas aromáticas para que atraigan a los polinizadores. «El apicultor necesita más floración en verano y los agricultores se benefician de la acción de más polinizadores en sus campos», dice Miquel. Los olivares de miel son una forma de dar nuevos usos a los olivos madrileños, tradicionalmente poco rentables; donde ahora sólo se producen aceitunas una vez al año, se podrá también obtener un aceite de mejor calidad, productos apícolas y aceites esenciales.
COLMENAS INTELIGENTES
Valencia se ha convertido en pionera en España en apicultura urbana. Todo empezó por un episodio de fuerte colonización de la ciudad por parte de las abejas hace seis años. «Llegaron hasta 400 avisos por enjambres. Lo que está pasando en el campo, donde cada vez hay más monocultivo, faltan flores y se usan productos fitosanitarios, las ha acercado a las ciudades. Ese año además hubo una gran sequía. En las urbes encuentran agua, diversidad de flores, carecen de depredadores naturales y, además, el uso de productos químicos está prohibido. Ese año se recuperaron los enjambres y se empezaron a colocar en diferentes lugares. Uno de ellos la terraza del Observatorio Municipal del Árbol. Creamos un Consejo asesor junto a las universidades y veterinarios y hemos desarrollado proyectos de todo tipo, incluidos los de divulgación», cuenta Santiago Uribarrena, coordinador del Observatorio.
Ahora mismos cuentan con 22 colmenas de abejas funcionarias, como las llama Uribarre- n a , distribuidas en cinco emplazamientos de la ciudad. Esto significa que «a día de hoy hay más abejas que valencianos. Si la población de la ciudad del Turia es de 830.000 personas, cada una de estas 22 colmenas agrupa a entre 30.000 y 40.000 individuos. Todo se hace de forma tradicional, se extrae la miel y se lleva a analizar. Se estudian las colmenas como bioindicadores medioambientales que son», explica el técnico.
La idea era favorecer la cohabitación y el conocimiento, algo que ya sucede en otras ciudades europeas como París donde se contabilizan hasta 3.000 colmenas o Londres, vulgarmente llamada la ciudad de las abejas. En España todavía hay normativas que dificultan el desarrollo de la apicultura urbana, aunque el técnico cree que en la renaturalización de las ciudades ellas tendrán también su papel. En concreto el Real Decreto 209/2002 establece que las colonias deben permanecer a un mínimo de 400 metros de distancia de las ciudades y, al contrario que en Nueva York, Londres o París, en España solo se permiten para investigación en Cataluña.
Ahora, en colaboración con la empresa alemana T-Systems Iberia y la Universidad de Cartagena, han instalado una colmena inteligente, llena de sensores de humedad, temperatura, ruido interior o peso, que permiten saber en tiempo real cómo está funcionando la colmena, su estado de salud y adelantarse a los problemas como el ácaro varroa. También hay sensores capaces de medir la carga electroestática acumulada por las abejas en vuelo y sistemas para saber si una nueva reina está a punto de separarse para crear una nueva colmena. En Cartagena también se ha instalado una de estas colmenas que se unen así a las ya existentes en Alemania, Austria, Bélgica o Suecia.
REFUGIOS PARA SOLITARIAS
Daniel Sánchez y Alba Gómez se conocieron antes de la pandemia en Cuenca. Los dos son ingenieros forestales y decidieron unirse en un proyecto de crowdfunding, llamado Home2bee, para ayudar a las abejas solitarias. «Hay muchos programas que se centran en las abejas de la miel, pero poca financiación para las abejas solitarias y las silvestres. Por eso nos hemos centrado en estas especies de animales. Por eso y porque estos insectos son superpolinizadores, es decir, que son capaces de hacer el mismo trabajo que 60 abejas de la miel.
Lo que han fabricado estos dos emprendedores son refugios nido para estos especímenes. Cualquiera puede comprarlos e instalarlos si vive más o menos cerca de un área verde, a una distancia de no más de 250 metros, y en un piso no demasiado alto. Una vez instaladas las casetas podrá disfrutar y aprender de todo el ciclo de vida de estos animales, desde la fase de vuelo en primavera hasta el nacimiento de las primeras crías. Ellos se encargan de asesorar a los clientes para evitar los parásitos y mantener la casita. El objetivo: conseguir pequeños oasis para polinizadores.
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