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Historia

La Resurrección es Madrid

Uno de los triunfos de esta Semana Santa ha sido el de intentar sujetar a los madrileños en la capital

Cristo de Medinaceli Cristo de Medinaceli

Me gustaría, lector amigo, compartir contigo algunas reflexiones que me han venido a la cabeza estos últimos días. Muerte y Vida se han agolpado, empujándose una contra otra, como si tuvieran prisa por subir a un vagón de Metro. No había acabado de resucitar Cristo, cuando el Papa se muere. Si se ha vivido la Semana Santa con cierto recogimiento, la sucesión de sublimes hechos ha desbordado la imaginación del más sosegado. Una vez más la liturgia, la escenificación sacra del triunfo de la vida sobre la muerte, ha recorrido templos, calles y conciencias.

Con sus variantes, llevamos así desde el Barroco hacia atrás, desde el siglo XVII, hacia la noche de los tiempos. Y en España, país de ricas costumbres, en el que han sobrevivido las locales con las cosmopolitas, se vive la Semana Santa sobre todo de dos maneras: la más antigua, del Tajo al norte; la más nueva del Tajo al sur. Medievalizante la una, postridentina la otra. De recogimiento y de exteriorización de la religión; del silencio, o del ver y ser vistos. No es una cuestión estética, no es un vacuo «me gusta más» esto o lo otro, sino el vivir la Muerte y la Resurrección con aflicción, o con espíritu de triunfo.

Por ello, el fenómeno sociológico que estamos viviendo en Madrid desde hace un par de lustros acá es -lo digo sin segundas- apasionante. Apasiona. Hace tiempo, cuando uno se quedaba «colgado» en Madrid, se podía consolar con torrijas, muchas torrijas, y luego en casa viendo por la tele lo que pasaba en La Rioja, en Zamora, o en Málaga, por poner algunos ejemplos al azar. Salir a ver procesiones por Madrid, era, cuando menos deprimente, a la par que «casposillo». El Cristo de Medinaceli iba por la Carrera de San Jerónimo montado en un remolque de tractor con sus ruedas y todo que se veían arrastrándolo, más o menos. Sin embargo, este Viernes Santo lo portearon más de un centenar de anderos. Bueno, mejor dicho, lo intentaron portear porque la lluvia lo ahogó todo. El maldito cambio climático que hace que llueva en Semana Santa y en San Isidro, en los primaverales meses de abril y mayo. Y el pobre Cristo, sólo pudo salir hasta la puerta del templo, mientras a ella se le escapaba alguna lágrima emocionada, y el Alcalde acompañaba al Cardenal contemplando las maniobras de los costaleros, en la esperanza de que no resbalaran todos rampa abajo empotrándose en la barra de la cervecería Cervantes.

Así han transcurrido estos días en Madrid, por segundo o tercer año, con un itinerario bien definido, confluyendo todas las procesiones en la Puerta del Sol, con sus gradas y todo. Y las tallas, aunque sean de hace cinco años, o los tronos estén aún sin terminar, han intentado echarse a la calle desde las Catedrales, la castrense y la episcopal, o desde las parroquias del Madrid del Renacimiento, que hizo tantas mezquitas iglesias -como San Pedro-, aplicando el viejo esquema de la reculturación de los vencidos. Aún no ha habido ningún movimiento de los majadericos que proponga la cancelación y todas esas cosas, pero a este paso, al tiempo (me mandan desde Viena interesantes datos de la escolarización por religiones en las escuelas públicas y Europa -de orígenes clásicos greco-latinos y cristianos- se va por el sumidero). Y las calles, digo, llenas de gente. Uno de los triunfos de esta Semana Santa ha sido el de intentar sujetar a los madrileños en Madrid. Por «madrileños» entenderemos a los que vivimos en Madrid. Al compartir un mismo tronco cultural, expandido por un Imperio transoceánico y durante tres siglos, el español de España y el español de América se oían sin parar; y a sus hablantes se les veía, añorando, sin duda, las mismas fiestas que desde el Sur de Estados Unidos a Ushuaia se celebran con todas las variantes que se quiera, con los eclecticismos que pervivan pero que tienen un punto en común, se entienda o no, que es el mismo: nadie sacó el Cuerpo de la tumba, sino que resucitó. Y allá quedaron, como señal, las vendas tiradas por el suelo.

Los terceros a los que hay que tener presentes es a los turistas extranjeros: a esa muchedumbre de seres atónitos que muchos de ellos no pueden entender nada, cultivados en sus herejías contrarias a los santos y las reliquias, o a movimientos más recientes. ¿Qué pensarán al verse aplastados por las muchedumbres que veían, o intentaban ver, a tantas tallas, de Cristos y Marías, por todas partes? Y acompañados por unas músicas, voluntariamente desafinadas, rasgadas.

A muchos se les ha querido hurtar su infancia y su juventud. Se les ha pretendido hacer ver, so color de no sé qué Razón, que los sentimientos que les unían a sus abuelos y acaso a esos pueblos de la niñez, eran ritos poco menos que politeístas, o marionetas en movimiento. Y al final, tal es el hartazgo que tenemos de tantas y tantas cosas, tan «cansino» es estar soportando a diario varias patadas en salva sea la parte, o tobitas en las orejas, que, a su manera, la gente se ha echado a la calle; no es que se vaya echando, sino que se ha echado. Y se ha echado para cargar con no sé cuántos kilos a las espaldas, durante no sé cuántas horas y si no se podía hacer por la lluvia, la desilusión era monumental. Pero es así: la Semana Santa ha hecho que las emociones resuciten y que se defienda el tronco cultural común, que a título individual, es la memoria de nuestras familias.

En medio de este triunfo de la fe, o de la religión, que diría cualquier jesuita del barroco, el pobre Papa muere, tras varias semanas preparándose para el tránsito y después de una silente y sobrecogedora -por discreta- despedida de sus fieles, en el silencio de un ictus y un coma. Que descanse en paz.

A Madrid sólo le hace falta imprimir más folletos de los recorridos de las procesiones, seguir la genialidad de Inmaculada Galván en Telemadrid (¡qué jovencita hace tantos años cuando empezó a retransmitir aquellas procesiones tan tristonas!) y sobre todo, conseguir que el Cristo de Mena también salga por las calles de la Villa con Corte.

La Vida, ¡las ganas de vivir!, han vencido a la cancelación, a la persecución. ¡Levántate y anda!