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Corrupción en la Historia

Craso, el Ábalos de la antigua Roma y el hombre más corrupto de su época

Fue una figura podrida hasta la médula, clave al final de la República y cuya fortuna se debía al control del «partido silano»

Craso
En el 114 a. C. nació Marco Licinio Craso en el seno de una familia plebeya familiaMuseo del Louvre

Para darles un pequeño contexto nos debemos situar más o menos en el siglo I a.C., durante los últimos coletazos de la República Romana que desde hacía décadas se había visto envuelta en guerras civiles y conflictos entre varios «partidos» senatoriales que luchaban entre sí de forma cada vez más violenta. En ese momento comienzan a surgir los «fontaneros», en nuestra acepción actual, es decir, aquellos individuos que se ocupaban de identificar a los enemigos, obtener información comprometedora de ellos y finalmente eliminarlos, como se afirma de figuras como Leire Díez, Koldo García o Teodoro García Egea. En esta época en concreto no consistía en expulsarlos del partido, sino literalmente de hacer que perdieran la cabeza.

En dicho ambiente nace en el 114 a.C Marco Licinio Craso en el seno de una familia plebeya pero de sonado abolengo, aunque la riqueza, aparentemente, no había acompañado en esos años a la llamada «gens Licinia». Aun así, Craso supo aprovechar muy bien la coyuntura política durante las primeras décadas de su vida. Muchos de sus familiares murieron en la llamada Primera Guerra Civil de la República Romana que enfrentó a los partidarios de Cayo Mario, de corte popular y plebeyo, contra los apoyos de Lucio Cornelio Sila, un optimate o, lo que es lo mismo, un defensor de la clase patricia, los valores tradicionales y la oligarquía romana. Fue cuando la corrupción de Craso comenzaba a forjarse.

«Fontanero» de los silanos

A sus más o menos 30 años se volvió el «fontanero» del partido silano, ocupándose de hacer «listas de proscripciones» de aquellos considerados enemigos del dictador Lucio Cornelio Sila tanto a nivel interno como externo. De tal manera, Craso comenzó a hacer estas listas, a encontrar pruebas contra ellos si era capaz –sino simplemente se inventaban– y ejecutar a los individuos para quedarse con sus enseres y propiedades y fortalecer tanto al partido como a sí mismo.

A tanto llegó Craso en su labor que comenzó a poner en las nóminas a conocidos apoyos de Sila para, aprovechando el caos, quedarse con grandes propiedades al mismo tiempo que debilitaba a sus rivales. Cuando fue descubierto cayó en desgracia, pero consiguió acumular una de las fortunas más grandes y sonadas de toda Roma y mucha influencia entre aquellos a los que había favorecido. No obstante, su fama de corrupto se produjo por otro motivo también, por su salvaje especulación inmobiliaria, que llegó a costar la vida a decenas de ciudadanos romanos.

Craso, inteligente y despiadado hombre de negocios, se dió cuenta de un aspecto poco tratado en la sociedad romana, los incendios. Y es que, por aquel entonces, pese a la gran cantidad de ellos que afectaban a los numerosos edificios de madera, no existían como tal patrullas de bomberos. Ante esta situación, el romano decidió crear varias para sofocar los diferentes fuegos que surgían. Lo que podría parecer al comienzo un acto casi filantrópico no era para nada así, sino que Craso había descubierto una forma de ganar dinero por duplicado.

Las patrullas de bomberos de Craso asistían a los incendios y, ante la desesperación de los propietarios, negociaban el precio para apagar el fuego o, si podían, comprar el terreno de la casa a precios ridículos. Así, Craso adquiría la casa, esperaba a que se quemase y sobre el terreno construía otra vivienda o negocio a un precio enormemente superior al que había pagado originalmente y de materiales muy baratos. Esto hacía que probablemente la propiedad volviese a incendiarse y continuara el proceso de nuevo. Coetáneos de Craso afirmaban que si algún terreno le interesaba en especial, decidía no esperar a que se produjese un incendio y sencillamente enviaba a un grupo de esclavos a prender fuego a la zona. Si bien estas acusaciones nunca se confirmaron, tampoco sería raro, pues la avaricia de este romano era bien famosa. Craso utilizó la fortuna que amasó para colocar a sus aliados, como Julio César, al que financió parte de su carrera política, en altos puestos de la administración y la política que le asegurasen lealtad y beneficios formando, con él como centro económico, el llamado primer Triunvirato que dominó la política romana durante casi una década.

No obstante, el fin de Craso se produjo de una forma casi poética, y es que decidió en el año 55 a.C invadir Partia para lograr éxitos y honores militares, de los cuales carecía en comparación con sus aliados de la época, Julio César y Pompeyo Magno. La fortuna no le favorecería y acabó siendo derrotado en la batalla de Carras en el año 53 a.C, tras la cual, si bien no se sabe exactamente como ni de qué murió, la leyenda afirma que le fueron vertidos ríos de oro en la boca como burla a su avaricia y a sus prácticas abusivas.