Opinión
Demasiado sexy
«Demasiado sexy» era el título humorístico de una canción de hace veinte años. Hoy en día parece haberse convertido en un reproche airado que muchos emiten en serio. El puritanismo de moda prohíbe, destierra, suprime y denuncia. Nada que objetar a esos verbos (que son inocentes por sí mismos), pero su uso exagerado empieza a presentar un montón de paradojas y aporías. Ejemplo: las azafatas de Fórmula Uno. Todos estamos de acuerdo en no querer que se trate a nadie como ganado, pero si en verdad es una cuestión de mujeres florero ¿por qué sustituirlas por niños florero? En cuatro días, estaremos hablando de explotación infantil ¿No sería más constructivo que la F-1 promocionara a las mujeres piloto que existen? Lo digo porque el talento de una joven piloto como María Herrera gasta cada año un tiempo precioso en buscar patrocinadores.
Los neopuritanos también quieren que se descuelguen obras de los museos y las iglesias por ser provocativas. Como si el objetivo del arte no hubiera sido siempre, entre muchas otras cosas, provocar emociones. Quieren incluso proscribir las obras de autores cuya conducta está bajo sospecha, como si la creencia de un valor moral personal afectara al resultado de la artesanía. Todo el asunto en general tiene el aspecto de esos silogismos contradictorios e inservibles como el «prohibido prohibir». Porque, si prohíbes prohibir, ya estás prohibiendo y, si le das vueltas a eso en la cabeza hasta sus últimas consecuencias, te termina estallando el cerebro por cortocircuito y sobrecalentamiento. Este moderno infantilismo prohibicionista tuvo ya su máxima expresión hace años con la ley seca. En 1920, a raíz de su entrada en vigor, el senador Andrew Volstead, promotor del proyecto, dijo: «Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerrarán para siempre las puertas del infierno». Doce años después, en 1933 se derogó la ley seca al comprobarse que el panorama provocado (delincuencia, corrupción, contrabando) difería bastante del prometido por Volstead quién, a la torpeza legislativa, había añadido con sus profecías un soberbio ridículo retórico y metafísico.
✕
Accede a tu cuenta para comentar