Opinión

Piedad, por favor

Una gran mayoría de catalanes estamos planteándonos seriamente, como posible opción política, la que usó el reverendo Jim Jones en la Guayana durante el siglo pasado: el suicidio colectivo. El motivo es el anuncio de que TV3 le ha dado un programa diario a Pilar Rahola. La resistencia psicológica de la población tiene un límite. Saber que Pilar, nuestro Donald Trump regional, nos va a dar una homilía diaria con sus habituales y psicotrónicas afirmaciones, es más de lo que cualquier espíritu humano o animal puede soportar. El programa quiere titularse (aunque parezca broma, esto es real) «Hola, Rahola».

Pilar es una persona que conoce todas las ventajas de la exhibición: el gallardo atavío, la gracia del ademán, etc. Cuando vio que su carrera política apuntaba a un futuro más triste que el de un vampiro vegano, se recicló en tertuliana televisiva con bastante éxito y una amenidad más que relativa. Esta victoria del populismo y la demagogia sobre la razón, muy poco enaltecedora para el ser humano, muchos quisieron explicarla buscando la cansina coartada moral de la campechanía y el pragmatismo. Siempre se usa lo mismo para calmar la mala conciencia de nuestros bajos instintos. No sé por qué los independentistas sienten la necesidad de acusar al Gobierno central o a Ciudadanos de querer acabar con TV3; no los necesitan para nada, se bastan ellos solos para desprestigiarla definitivamente.

Vaya por delante mi escrupuloso respeto para las posibles creencias ideológicas que puedan encontrarse bajo la bóveda craneal de Pilar Rahola. Lo que me parece tremendo es su retórica, entre afónica y desgañitada, con esa ansiedad de a quien falta el aire. Y lo que nos preguntamos muchos catalanes es si no estaría mejor en una emisora privada, a poder ser sostenida por empresarios, donde el oyente que deseara sufragarla la financiaría con su atención. Porque los medios de comunicación públicos, desde TV3 a la Xarxa municipal de las diputaciones, los costeamos todos los contribuyentes. Por tanto, ya que esos medios los pagamos entre todos, que al menos sirvan para poner en valor precisamente el «entre todos» y no precisamente para ahondar divisiones con retóricas más que discutibles.