Opinión

Excelencia

El viernes asistí a los premios del Instituto para la Excelencia Profesional y me enorgulleció el gran talento que tenemos en España.

Es el menos reconocido, pero el esfuerzo de las pequeñas y medianas empresas merecen este aliento en forma de «Estrella de Oro al Mérito Profesional» que la organización fundada por Ignacio de Jacob y Gómez, para premiar la calidad y certificar su compromiso de excelencia en cualquier sector de España, les otorga tres veces al año. Gracias por poner en alza la pasión, el emprendimiento y sobre todo valorar el riesgo y peso económico que asumen los autónomos porque representan la esperanza de nuestra economía.

Y hablando de premios, ante la propuesta del Premio Princesa de Asturias de la Concordia a Patricia Ramírez, madre de Gabriel, por su admirable y para muchos incomprensible reacción de amor y exaltación de las buenas personas, habiendo sido víctima, junto a su ex pareja Ángel y toda la familia del pequeño Gabriel (y toda España ya que nos sentimos parte de su familia) de la maldad más cruel que somos capaces de soportar.

Sé que la fuerza la encuentran en el pequeño Gabriel que aunque no esté, no les deja solos.

Lo que no comprendo es que la grandeza de Patricia no sea entendida por esas personas que afirman con rotundidad: «no firmo, no me parece justo» o «una persona normal, si le matan al hijo, la reacción natural, humana, es odiar».

Claro que cada madre que ha pasado por un dolor parecido merece un premio. ¡Y cada padre!

Pero no se trata de premiar el dolor sino la grandeza, la capacidad –que cada vez veo con más claridad que no tienen muchos– de seguir viendo bondad y amor en el mundo pese a haber sufrido mucho en la vida, y ser capaz de perdonar.

Y es que precisamente la paz y la concordia se basan en el perdón y el amor. Me duele comprobar que esta excelencia, el lado más generoso y positivo del ser humano, no está al alcance de todos. Es también digna de premiar.