Opinión

El lobby del cine logra su objetivo

Solía decir Milton Friedman aquello de que «siempre estoy a favor de bajar los impuestos, bajo cualquier circunstancia, apelando a cualquier razón o justificación. El motivo de ello es que creo firmemente que el gran problema de nuestro tiempo no son los impuestos, sino el gasto público». Siguiendo la máxima del Premio Nobel, uno debería alegrarse de cualquier recorte tributario, venga de donde venga y se justifique cómo se justifique. Por ejemplo, uno debería celebrar que el reciente proyecto de Presupuestos Generales del Estado contenga la tantas veces reclamada rebaja del IVA del cine desde el actual 21% al prometido 10%. Y ciertamente no seré yo quien deje de alegrarme por esta (moderada) relajación de la presión fiscal que pesa sobre los españoles, pero sí me gustaría poner de relieve la injusticia relativa que supone frente al resto de contribuyentes. A la postre, el tipo general del IVA se ubica desde 2012 en el 21% para la inmensa mayoría de bienes o servicios. La razón por la que Cristóbal Montoro decidió en su momento incrementar este impuesto –y muchos otros– fue la de minimizar la magnitud de los recortes: dado que resultaba imprescindible reconducir el déficit público –pues, en caso contrario, el Estado habría quebrado– y no se quería aprobar un tijeretazo del gasto tan profundo como hubiese sido necesario para cuadrar las cuentas, hubo que incrementar los tributos sobre toda la ciudadanía. Con la llegada de la recuperación y la mejoría de la solvencia del sector público, el Ministerio de Hacienda ha vuelto a abrir la mano en numerosas partidas de gasto (pensionistas, funcionarios, obra pública, desempleados, etc.), pero ha aplicado rebajas a muy pocas figuras tributarias. Entre esas pocas, empero, se encuentra curiosamente el IVA del cine: no el IVA de la electricidad o de la vivienda, no la cotización de los autónomos y no el tipo impositivo de las empresas. No, el IVA del cine. ¿Por qué? Las razones probablemente le resulten obvias para cualquiera que siga la actualidad política y social de nuestro país, pero no está de más recalcarlo: si se ha bajado el IVA del cine, y no cualquiera de los muchísimos otros impuestos que se han incrementado durante los últimos ejercicios, es porque el sector cinematográfico se ha organizado para presionar a nuestros gobernantes: esto es, se han constituido en forma de lobby para incluir en la agenda política sus intereses gremiales. Por supuesto, no pretendo reprocharle a nadie el hecho de que se asocie para defender sus objetivos particulares (especialmente si esa defensa se realiza sin conculcar los derechos ajenos), pero sí resulta revelador de cuáles son las reglas del juego presupuestario: «Quien no llora (quien no se organiza para presionar a los gobernantes), no mama». Por eso, el grueso de los contribuyentes, inherentemente desorganizados frente al poder político, constituyen el huésped preferido para ser fiscalmente parasitado. Somos todos nosotros –los contribuyentes desorganizados– quienes sufragamos la tarta impositiva que luego es distribuida hacia todos aquellos grupos organizados capaces de influir sobre nuestros políticos. ¿Para cuándo un recorte impositivo profundo y universal que no privilegie a grupúsculos bien conectados con la clase gobernante?