Opinión

La Ley de Lynch de Pablo Iglesias

Una vez más, y van tropecientas, la ciudadanía actúa a toque de corneta del comandante Pablo Iglesias. No sólo la extrema izquierda, que sería lo normal, sino también el centroizquierda, el centro y el ingenuo centroderecha se mueven a golpe de agitprop podemita. Hay que admitir que en ello influye decisivamente el hecho de que el 75% de los medios esté en manos coletudas. Fue decir el caudillo de Podemos «¡arre!» en el infinitamente abierto a la demagogia asunto de las pensiones y media España y parte de la otra se echó a la calle. Fue proclamar el comunista «¡a por ellos!» el 8-M y pobre de ti como te manifestases sin ser podemita o feminazi u ostentando simplemente la legítima vitola de feminista.

Fue mentir sobre la muerte del ciudadano senegalés en Lavapiés y Lavapiés se convirtió en Palestina por unas horas. El jueves, tras conocerse la sentencia a la repugnante Manada, el monaguillo de la autocracia iraní que lapida mujeres expresó su «vergüenza» y «asco» por la calificación penal (abuso sexual) y por la condena (nueve años). Inmediatamente, como un resorte, se montaron concentraciones por toda España. La espontaneidad fue igual a cero: todos los insiders aventuraban un fallo entre light y muy light. La turba no asaltó el Palacio de Justicia de Pamplona y linchó al tribunal porque Dios no quiso. En la capital de España no se manifestaron frente al Consejo del Poder Judicial. No. Casualmente tomaron la calle San Bernardo, donde aposenta sus reales el ministro de Justicia. Un Rafael Catalá que tiene que ver con la sentencia lo mismo que yo con la guerra civil yemení.

Conviene recordar, además, que la Fiscalía que sí depende del Ejecutivo pedía 22 años para cada uno de estos malnacidos. Que al marxista devenido en psicópata que quiere «azotar hasta que sangre» a Mariló Montero le importa un bledo la víctima de La Manada lo demuestra el hecho de que, al enterarse que Catalá no estaba en Madrid sino en Córdoba, los suyos rodearon el edificio en el que pronunciaba una conferencia. «¡Ministro, sal, no te vamos a violar!», le retaban. Estuvo más de una hora retenido. No se engañen: Iglesias no quiere justicia sino imponer en España la Ley de Lynch. O sea, volver a los tribunales populares del Salvaje Oeste... o a los del 36.