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Opinión

Larga batalla por Madrid

No será breve, ni fácil, ni agradable, ni indoloro. El largo periodo, de casi un año, ya abierto en Madrid hasta los próximos comicios autonómicos será lo más parecido a una interminable precampaña, una guerra de desgaste en la que la gestión de lo público permanecerá arrumbada en el rincón de la irrelevancia. La convulsión política originada hace mes y medio con la aparición del caso «máster fantasma» de Cifuentes y la dimisión de la presidenta hace justo hoy una semana tras la publicación del «vídeo del albañal» deja poco, por no decir ningún margen a cualquier factor que tenga que ver con la solución a los problemas de los madrileños por encima del puro y duro juego político en su expresión más arrabalera.

Asumiendo que la recepción y actos institucionales previstos para hoy con motivo del dos de mayo llegan aliviados de la tensión que hubiera acarreado la presencia de Cifuentes en la Puerta del Sol, el que más y el que menos afrontará la cita como un engorroso trámite de provisionalidad.

Puede que ni siquiera haya oportunidad de patrimonializar los fastos. Si acaso, el lógico intento de unos por colocar el mensaje a en los corrillos -ya saben, eso en lo que muchos se apiñan para escuchar, nadie se entera y unos pocos ponen en común- y de otros por hacer acto de presencia para a continuación desaparecer, si es preciso por las cocinas. No está la masa para bollos festivos.

El socialista Gabilondo tendrá que conformarse con la condición de candidato «no nato» frustrada la moción de censura. Errejón ya brinca en el campo minado de Podemos probablemente ignorando si su candidatura llegará con todas las plumas a la cita con las urnas. Ciudadanos mira simultáneamente a la demoscopia y a su actual referente en Madrid, Ignacio Aguado, en la duda de si otro perfil sería más idóneo para recoger las interminables nueces que caen del reseco nogal popular. Madrid es el primer bastión para tocar el cielo de la Moncloa y en Ciudadanos lo saben. Nada de grandes apoyos a la gestión de un gobierno que basta con que se vaya recociendo en sus réplicas de cainismo y es aquí donde al PP le llega su hora de la verdad. Quince años después del «tamayazo» han traído demasiados desmanes, espionajes y odios africanos.

Es a la dirección nacional a quien le toca el control de daños, frenar por completo la sangría y cambiar hasta los enchufes en un PP madrileño paradójicamente siempre ejemplar en sus gestiones de gobierno. La más fiable formación en cuanto a la eficiencia de sus cuadros no puede acabar ahogada entre unas cremas cosméticas.

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