Opinión

Maravillas

Vivo en un piso que no es grandioso pero está diseñado a mis hechuras. Cuando, con mi ex marido, decidimos comprar, fue el primero que vimos. A mi me encantó, a él no tanto, de modo que optamos por seguir buscando. De vez en cuando le convencía para volver a ver ese primer piso.

La mujer que lo enseñaba lo hacía con paciencia infinita, mientras nosotros seguíamos mirando otras viviendas. Persuadí a mi marido de volver por última vez, sólo quería que comparase con los otros tantos que habíamos visto. Inesperadamente, nos recibieron los dueños y sus perros. La mujer era una bella dama con signos de cansancio, el hombre un activo aparejador que nos relató cómo había reformado lo que había sido el hogar de su juventud. De pronto ella nos confesó que se habían ido a vivir a su ciudad natal porque le quedaba poco tiempo de vida. Me tomó del brazo y me dirigió a uno de los cuartos. Me dijo: «Mira, no quiero que esta casa la compre cualquiera. Yo he sido muy feliz aquí y quiero que seas tú la que se quede. Así que vamos a convencer a nuestros maridos.

Yo al mío de que baje el precio y tú al tuyo de que acepte» Así lo hicimos. Y desde hace 18 años vivo en mi lugar. Ayer colgué en las redes una foto de la terracita con sus plantas florecidas. Me respondió una mujer con otra foto en blanco y negro de la misma terraza. En ella posaba una bella y joven dama con tres niños. Rezaba así: «Yo soy la pequeña. En aquel entonces no había casas enfrente, sólo arboles y se oía a los vencejos cantar.» Qué maravillas tiene la vida.