Opinión

Le Pen en el Palau

No quiero imaginar lo que supondría ver a Marine Le Pen de inquilina en El Elíseo. Y no digamos ya a su nazipapá Jean-Marie. O sí lo imagino y se me ponen los pelos como escarpias. Sería como para no poner pie nunca más en la Ciudad de la Luz y como para no volver a pronunciar la frase de mi paisano el Rey Enrique: «París bien vale una misa». Mayor pánico si cabe me provoca la posibilidad de que el tal Quim Torra, un monigote de tres al cuarto, acabe siendo president de la Generalitat. Más que nada, porque su enferma psique es un peligro cierto para la convivencia en España en general, en Cataluña en particular y para esa economía que va como un tiro.

Nada hay peor en la vida que tener que lidiar con un memo. Porque los memos son capaces de cualquier salvajada con tal de despuntar, de llamar la atención, de ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Su modus operandi para llegar a la cumbre es la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón porque no dan para más. Desconozco si el de momento presidenciable Torra es un necio pero, por si acaso, no está de más tener presente el refrán de San Andrés: «El que tiene cara de tonto, tonto es». Eso sí, cero dudas albergo de que Torra es el brazo tonto de un Puigdemont que no le deja utilizar el despacho oficial de president en el Palau de Sant Jaume, ni la residencia oficial (la Casa des Canonges), ni tampoco la Sala de Audiencias. Sea como fuere, estamos ante un tipo más peligroso aún que su jefe por ese cóctel explosivo que conforman su presunta tontuna y su salvaje extremismo.

Un individuo que se refiere a los españoles como «fascistas, repulsivos, franquistas, ladrones, patéticos, gandules y africanos» es un peligro público. El día que este racista y supremacista mate al padre, se hinchará, henchirá y la liará parda. Todos los procesos como el golpista catalán se acaban desbocando el día en que los más virulentos toman las riendas. Son movimientos en los que acaba mandando no el que más neuronas acumula en la azotea sino el que más redaños le echa. El fascismo es así. Qué horror.