Opinión
Cabezas perdidas
Las cabezas no están bien. Algo está pasando ahí dentro, como si no terminara de regar bien. Un hombre se arroja desde un octavo piso después de matar a su esposa y a su suegra, y prender fuego a la vivienda; otro mata a su hijo de 8 años a puñaladas , otro más asesina a su madre, otro golpea con una violencia extrema a una mujer de sesenta años para robarle 5 euros que llevaba en el bolso, menores apedreando hasta la muerte a una mujer, hombres abusando sexualmente (en mi pueblo se llama violar) de una joven, los ultras haciendo quedadas para arrearse de lo lindo...
No, no estamos bien. La violencia se ha integrado en nuestro ADN. Hay un exceso de crueldad, furia e intimidación que antes solo veíamos en las películas o en los videojuegos. O quizá venga, en parte, de ahí. De tanto observarlo y almacenarlo en la retina, nos acostumbramos a ver escenas violentas y las normalizamos. Y de tanto normalizar, hay quien acude a una especialización de la violencia hasta que la perfecciona. Parece que alguien ha dejado la puerta del infierno abierta y se nos han colado todo los ejemplares posibles; o quizá es algo más aterrador, que estemos en el infierno y ni siquiera tengamos conciencia de ello. Y eso da mucho más miedo. Asusta más saber que son de los nuestros, que el hecho de saber que están entre nosotros. Isaac Newton lo definía a la perfección: «puedo calcular el movimiento de los los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente». Eso es lo realmente peligroso, que no sabemos.
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