Opinión
El 36 o el 78, esa es la cuestión, Pedro
En abstracto, a mí Pedro Sánchez no me da ningún miedo. Es un buen tipo, tiene a su vera a la gran Maritcha y al listísimo Iván Redondo, está razonablemente bien formado y es el prototípico socialdemócrata europeo. Una persona que creció idolatrando a Felipe González no es precisamente lo que se dice un peligroso bolchevique sino un ADN centrado. Sus referencias son los Willy Brandt, Olof Palme, François Mitterrand y el antecesor del antecesor del antecesor de su antecesor, o sea, el ex presidente sevillano. El problema de Pedro Sánchez se resume en tres sílabas: mo-chi-la. Una mochila con piedras de a tonelada en forma de podemitas, comunistas e independentistas. Un Frente Popular resentido, malencarado y enfermizamente intolerante. Gente que odia el librepensamiento y busca la aniquilación civil, y en algunos casos física, del discrepante. Los unos quieren importar esa dictadura bolivariana que acostumbra a meter en la cárcel al adversario y a matar de hambre a sus conciudadanos mientras ellos se forran con patrimonios y viviendas que dejan el casoplón de Galapagar reducido a la condición de chabola.
Los otros simplemente ansían romper por las bravas la nación más antigua de la Europa continental con el enfrentamiento civil como funesto aperitivo de lo que está por llegar. Por no hablar de esa repugnante Bildu que ayer, no lo olvidemos, vociferó «sí» a la moción de censura en un gesto que debió acongojar al presidente.
Estoy plenamente convencido de que a Pedro Sánchez le provocan el mismo pavor que a cualquier demócrata de bien sus compañeros de viaje pero ha debido hacer de la necesidad, virtud. Su dilema diario será tener que optar entre la España del 36 que tanto pone a los fieles de Podemos y golpistas catalanes y ésa de 1978 que constituye de largo el mejor epígrafe de una historia, la nuestra, panderetesca a la par que cainita.
Me cuentan que el leit motiv de su Presidencia será la centralidad, la huida de ese extremismo que a un lado y otro tanto daño ha producido en nuestro proyecto en común.
El nuevo presidente tiene grabados a sangre y fuego dos nada insignificantes detalles: que en el punto medio también está la virtud política y que Felipe González triunfó con la transversalidad por bandera.
El problema es desde ya, con Unidos Podemos exigiendo cacho, esa mochila en la que 95 escaños pesan bastante más que 85. Esperemos que esos pedrolos no lo aplasten. Porque nos acabarán aplastando a todos.
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