Opinión
La «cabezonería» de Rajoy
Mariano Rajoy perdió la moción de censura y dejó de ser presidente el 1 de junio. Apenas hace quince días y ya parece un suceso de otra época. Una serie de hechos extraordinarios y vertiginosos se han acumulado en dos semanas. Desde la dimisión de Zidane a la destitución de Lopetegui. En medio, un nuevo –acaso más popular– Gobierno, con traspiés incluido a la semana de su estreno, en forma de «pecadillos fiscales», por ser amables, del ex ministro Huerta. Y también la condena y próxima entrada en prisión de Iñaki Urdangarin, quien –al margen de sus errores– penalmente quizá haya sido más perjudicado que beneficiado por su condición de cuñado real. Su condena y la del caso Gürtel son la demostración de la independencia judicial en España. Las faltas y los delitos serían los mismos, pero si Urdangarin no fuera quien es, tal vez tampoco estaría en su tesitura actual, aunque es cierto que, como alegarán sus detractores, tampoco nunca hubiera podido hacer los negocios que hizo.
Rajoy ya es historia de España y está a punto de serlo del PP. El presidente, en la ya famosa sobremesa junto a la Puerta de Alcalá, se sintió traicionado por varios de los suyos. Por eso rechazó la opción alambicada –pero una posibilidad– de una dimisión para intentar investir a otra persona del PP. Fue una de las grandes decepciones del que ahora, a falta de elogios en su tierra –incluidos muchos de los que le bailaban el agua hasta el final–, tiene que leer en el siempre crítico «The Economist» que «los españoles le deben dar muchas gracias a Mariano Rajoy». El ex presidente acaba de recibir abundantes elogios del semanario británico, curiosamente casi silenciados en España y, claro, algún leve coscorrón típico de los anglosajones. «The Economist» compara Italia y España y se deshace en elogios sobre la labor de Rajoy para sacar al país de la crisis y destaca que su éxito ha sido económico y político. «Rajoy ha servido bien a su país», escribe el editorialista. Añade que también gracias a él en España no existen movimientos de extrema derecha como en Francia, Italia, Polonia o Hungría. «La diferencia radica en el liderazgo político», insiste la revista sobre Rajoy, aunque –tal vez para compensar los elogio– , le reprocha su «cabezonería» en el asunto catalán. Ahora, mientras disfruta pacífico de los partidos del Mundial, repasa los nombres de los traidores, deja el acta de diputado y recuerda lo difícil que es ser profeta en la propia tierra.
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