Opinión

Miradas ajenas

Un día, alguien me dijo que la verdad de las personas está en el fondo de su mirada. Creo que no me mintió; es más, me dio el mejor detector de verdades que jamás imaginé. Llevamos unos días repletos de miradas, unas frustradas , otras no. La madre de Diana Quer acudió a la reconstrucción del asesinato de su hija para poder mirar al asesino a los ojos. Quería ver lo que el monstruo tenía dentro para hacerlo salir fuera porque, como escribió Dostoievski, olvidamos que nuestros ojos hablan. No se lo permitieron y regresó sin avistar el fondo de aquella mirada que guarda secretos que quizá nunca confiese, por interés, por vergüenza o por recrearse en el dolor ajeno.

Las miradas ajenas también pueden actuar como un abrazo. Lo vimos ayer, en la llegada del barco Aquarius al puerto de Valencia donde los voluntarios miraban a los inmigrantes como nadie les había mirado en mucho tiempo. Hacía calor, pero seguro que esas miradas les abrigaron. Solos ellos saben lo que encontraron en ese cruce de miradas foráneas. Puede sonar extraño, a veces incluso macabro, pero hay momentos en la vida en los que es necesario vivir en las miradas ajenas. Me viene a la memoria la imagen de ese niño sirio que, tras sobrevivir a un bombardeo, despierta en la camilla de un hospital , pero lo hace sin manos y sin poder ver, totalmente ciego, debido a las heridas. La desesperación pataleante que se apodera de ese crío solo encuentra cierto sosiego impotente en los brazos de su padre, que agradece que su pequeño no pueda verle llorar. Mirémonos más, nosotros que podemos.