Opinión

Todo cambia, algo permanece

Aseguraba –y no sin razón– mi buen amigo Manuel Vázquez Montalbán que nuestra promoción, ambos próximos en edad, pese a las trampas generacionales de Castellet, había crecido con la radio. Porque la radio marcó parte de nuestra infancia y a mí sigue acompañándome todavía muchas horas. Gracias a ella accedimos no sólo a la retransmisión de películas, a concursos, a la copla, a las series radiofónicas como la interminable Taxi Key (1948-1962) el teatro leído y bien radiado. Fue parte de nuestra cultura social e inicial. Rafael Alberti, inolvidable, había reclamado su filiación cinematográfica: «Yo nací con el cine». En mi infancia logré compartir cine, radio e intereses diversos. No existía todavía la televisión. Y los locales cinematográficos podían descubrirse en las calles más impensables de la ciudad con programas dobles, varietés y acomodadores entregados. En la inmediata postguerra antes de iniciar las sesiones se emitía el himno nacional y los asistentes debíamos ponernos de pie, brazo en alto, como en los patios de los colegios antes de iniciarse las clases. Mi padre lo levantaba con tanta desgana que provocaba el miedo de mi madre. «Levanta más el brazo», le decía, y ello ocurría también cuando por la calle aparecía cualquier desfile con banderas y fanfarria. En el cine Latino, casi al final de las Ramblas barcelonesas, en un local cochambroso, pude ver todavía las películas en serie que finalizaban con un «Continuará» y que dejaban al héroe masculino, claro, en situación comprometida; por ejemplo, atado a las vías del tren cuando se avizoraba su llegada inmediata. Recuerdo, por ejemplo, «La moneda rota», un filme de 323 minutos de duración que se estrenó en EE.UU. en septiembre de 1936, dirigida por Albert Herman. En España se vio por vez primera en Vitoria en 1947 y en Barcelona algo más tarde. Originariamente se dividió en dos partes. Esta cultura del cine de barrio, de la gran pantalla, del «ir al cine» ya es cosa del pasado. Hay capitales españolas que no disponen ni de una sala. Las multisalas constituyen un remedo de lo que viví como cine de arte y ensayo.

En una reciente entrevista Jodie Foster asegura que «el cine como experiencia en salas está acabado. La gente ve el contenido en sus teléfonos. Y nadie va al cine. Ni yo. Pero sigo siendo defensora del formato de película: historias de hora y media con principio, nudo y desenlace. Veo series en televisión, pero no suelo pasar de la segunda temporada. Me gustan los personajes, pero llegado un punto no necesito saber nada más de ellos». Rodó cuatro películas y cuatro episodios para televisión, aunque su prestigio deriva de la interpretación. Pero el olvido del cine es una realidad, aunque sigamos interesados en él. Lo veo por televisión, pero en contadas ocasiones voy a las multisalas, donde el mayor disfrute consiste en ingerir inmensas bolsas de palomitas. La forma de los episodios se mantuvo en «El padrino», posiblemente una de las mejores creaciones del pasado siglo, clásico sin duda. Las series televisivas, algunas excelentes, no constituyen un fenómeno tan original. En cierto modo responden al instinto humano del coleccionismo: reunir, acopiar, completar. De niños, las colecciones de cromos que nunca acabábamos respondían a este instinto. Siempre quedaba el que nunca aparecía, pese a los trueques con los amigos. Los tebeos de aventuras eran también seriados. Ya en la literatura, madre de todos los descubrimientos, se inventó y abandonó el folletín. En el mundo periodístico van desapareciendo poco a poco las revistas semanales o mensuales, incluso los suplementos de los periódicos, por no considerar la constante pérdida de público lector en formato de papel.

Uno de los fenómenos más apasionantes que viví en la década de los sesenta fue la irrupción de los fascículos que, nos llegaron tras observar su éxito en Italia. Junto a ellos nacieron colecciones de libros de toda clase (generalmente cien) que se vendían en los entonces abundantes quioscos y que la gente coleccionaba como había hecho con anterioridad con los cromos y tebeos. Enciclopedias, diccionarios enciclopédicos, historias de España, del arte, de la música, discos. Los quioscos no disponían ya de espacio para almacenar tanta producción. Pero los puntos de venta han desaparecido y el fenómeno se ha extinguido. Algunos editores se enriquecieron con ello y pasaron al olvido. Los sistemas culturales de los pasados siglos se transforman, porque los medios cambian. Los televisores o las tablets se han convertido en otra forma de juego para los más jóvenes, aunque permanece el instinto coleccionista. La cultura de la imagen no acabó con la letra impresa y, con variantes, la imagen trata de sobrevivir. No hay salas de cine, aunque, arte información y entretenimiento, perduran reinventándose en otras formas.