Opinión

Orgullo

Han terminado las fiestas del Orgullo Gay. Fue hace 40 años cuando se hizo la primera con el propósito de que se cambiaran las leyes. A partir de los años 80, la comunidad LGTB comenzó a instalarse en el barrio de Chueca, donde nacieron las primeras celebraciones. Nuestros «elegetebés» tienen inteligencia y poderío para conseguir lo que se proponen. Y, sin embargo, todavía tienen que luchar con multitud de prejuicios. Qué absurdo, ¿no? Son lo que son, y son muchos. Una abuelita de mi barrio me enseñó una foto de su hermano, un chaval guapo que se tiró al tren con 23 años. Me dijo que estaba a punto de casarse y se acobardó. El hijo de la anciana me aclaró después que su tío era gay y le obligaban a casarse. Esto fue hace unos 70 años. Hoy todavía tenemos casos como el de Ekai, el adolescente vasco transexual que se suicidó porque no soportaba la incomprensión de su entorno. Las cosas han cambiado, pero aún nos cuesta aceptar que cada ser humano es único y diferente, que la orientación sexual no se elige ni hace daño a nadie. Que la transexualidad no hay que comprenderla, hay que aceptarla y apoyar a tope a estos niños o niñas que nacen en un cuerpo equivocado. Con empatía siempre hacia el que viene con la vida más complicada. Y mientras lo conseguimos, sintámonos orgullosos de ellos.