Opinión
Chantaje, taxistas y rentabilidad
El Gobierno de Pedro Sánchez, cuando menos lo esperaba, se ha encontrado con un problema sobrevenido. No tiene la culpa de nada, pero está obligado a encontrar una salida al conflicto. Ada Colau, en Barcelona, de alguna manera, encendió la mecha, pero el incendio se ha descontrolado. Los taxistas han colapsado los centros de Barcelona y Madrid y amenazan con acciones en más ciudades. Para defender sus intereses, tengan más o menos razón, han elegido la dudosa vía de tomar como rehenes a millones de ciudadanos, de usuarios. Los taxistas están en guerra abierta –hay que llamar a las cosas por su nombre– con los denominados VTC, es decir, los Cabify, Uber y demás. El Gobierno quiere ayudar a los taxistas como trabajadores individuales; está menos cómodo con el «sector del taxi» y es consciente de que no puede poner puertas al campo. Nadie tiene nunca toda la razón. Tampoco en este caso, ni en un sector tan opaco como el del taxi, que sí tiene elementos monopolísticos. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, que preside José María Marín Quemada, pidió en 2015 datos sobre el precio de las licencias a 50 ayuntamientos españoles. Contestaron solo unos pocos, entre ellos el de San Sebastián, en donde una licencia costaba 220.271 euros, frente a 142.254 en Madrid, cifras desorbitadas, difíciles de pagar, de financiar y de rentabilizar, aunque sobre algunas de esas transacciones siempre ha pesado la sospecha de dinero B. Hay otro dato todavía más sorprendente, que quizá explica el fondo de las protestas. En 2015, una licencia de taxi costaba en Barcelona 134.115 euros, según el Instituto Metropolitano del Taxi. El diario «El Economista», con esas cifras, calculó que en los últimos 30 años el precio de esa licencia se revalizó un ¡507%!, el doble que el índice Ibex 35. El trabajo del taxista es duro y sacrificado, pero tras la obtención de una licencia a precio de oro, concede un estatus a sus poseedores que defienden contra todo y contra todos. Y están dispuestos a casi todo. Muchos esperan que cuando llegue la hora de la jubilación –o del traspaso del negocio– las licencias mantengan esas revalorizaciones insólitas, de pelotazo. Dicen que son sus pensiones. Es humano, aunque nadie les impidió cotizar más. Incluso pueden concitar alguna simpatía temporal. Sin embargo, nada justifica el chantaje de los taxistas al Gobierno y a la sociedad. Quizá obtengan alguna victoria parcial, pero a largo plazo no pueden poner puertas al campo y, aunque intenten tener como rehén a toda una sociedad, nadie puede garantizarles revalorizaciones del ¡500%! Ni el más hábil y denostado especulador.
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