Opinión
Tomek, el sin hogar tatuado
Tomek, el sin hogar polaco al que un turista británico tatuó la frente en una despedida de soltero, dice que el nombre que lleva estampado es el de la novia del novio. ¡Qué valiente este novio! ¡Qué acto sublime de amor hacia ella! Quizá no se dio cuenta de que para grabar nombres y corazones están los árboles o las rocas. Pero, no, eso le parecía vulgar, él necesitaba hacer algo fabuloso. ¿No pensó en su su propio pene? Ese hubiera sido el lugar perfecto para la heroicidad de este mamarracho sin conciencia. Un lugar que su amada reconocería como propio cuando el individuo, en cuestión, se apasionara con ella y el pene erecto reflejara su apodo cariñoso. Ella no iba a olvidar nunca el detalle, incluso aunque su amor pereciese. Ella lo podría contar siempre orgullosa: mi marido me quería tanto que se tatuó el pene con mi nombre.
Porque claro, tatuárselo a otro, y además en la frente, parece que no tiene el mismo valor. Incluso, es difícil comprender el sentido. Dice el pobre Tomek, alcohólico y sin techo, que el ciudadano británico también parecía estar bebido, pero que se enteró de todo e hizo las fotografías mientras a el canalla del tatuador no le temblaba la mano. El polaco al día siguiente se miró en el espejo de una moto y se sintió humillado. Una humillación más. Ni siquiera le dio importancia. Ahora, gracias a gente buena, le han localizado y le han ofrecido quitarle la mancha de la frente, el estigma de la de «hideputas» que hay por ahí sueltos. Tomek está contento. Ha sido una suerte que por fin hayan reparado en él. Antes nadie le miraba.
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