Opinión

La actriz Luisa Fernanda

Dejó una gata blanca que se trasladó a vivir al armario de su ama. A Luisa Fernanda le encantaba la ropa. Y ahora que tenía donde guardarla, se va. Siempre se iba, era parte de su personalidad. Luisa desaparecía y, cuando pensabas que nunca volverías a verla, aparecía con la sonrisa intacta. Seguramente por eso, justo cuando vivía con armario y compañía, debió sentir que era el momento de dar el salto.

Yo la conocí 20 años atrás haciendo teatro con los «Caídos del Cielo». Vivía en la calle y le gustaban las plazas, quizá se sentía algo más protegida. Pero ya tenía esa manía de desaparecer. El escenario, sin embargo, la amarraba mucho. Incluso en las peores condiciones: sin dormir, sin fuerza, sin cordura; al subirse a la tarima volvía a ser grande y luminosa, una de las mejores actrices que he conocido. Siempre pensé que si Luisa no se hubiese quebrado irremediablemente, habría sido una artista de las tablas. Era una estrella, un ser increíble que se sabía de memoria muchos textos clásicos con los que nos fascinaba.

Luisa, lo confieso, era una de mis «sin hogar» más amada. Esa mujer pequeñita, flaca, culta y graciosa, sobrevivió a lo peor que puedan imaginarse. Violaciones, vejaciones, acosos... Pero siempre, cuando menos lo esperabas, resurgía. La última vez apareció en el teatro a ver «Ana el once de marzo». No la reconocí, estaba llenita y curada. Había encontrado un pueblo, un hermano y la paz ansiada. Ayer la busqué en Facebook y me enteré. La muerte siempre había estado enamorada de ella. Pero la sometió. Porque Luisa se fue cuando quiso, consciente y serena, dejándonos su estela imborrable en la volveremos a encontrarnos.