Opinión

La soga

En la película «La soga», Alfred Hitchcock cuenta, en un plano secuencia falso escondido con fundidos en negro en las espaldas de los personajes, la historia de un asesinato cometido solo para demostrar la superioridad de los perversos e inteligentes protagonistas. En algo así se va convirtiendo el «procés», ver quién es más listo, en una de suspense en el que la soga se transforma en lazo y el muerto, algo así como la independencia de la vida, en los agredidos. Un mcguffin que camufla, a ojos del Gobierno, lo que todo el mundo ve y hasta los propios protagonistas del drama repiten cada día: el fin es la República.

El plano secuencia se mantiene porque no hay respiro, ni una mala elipsis con la que tomar aire. La nueva «operación diálogo», del bochorno de la anterior mejor no acordarse, aquel idilio de culebrón entre Santamaría y Junqueras se volvió una parodia como «La casa de las flores» de Netflix, se topa con una realidad que no es de película. Las ratas han vuelto a Barcelona. Me mandan fotos que lo demuestran. Recuerdo verlas cruzar las avenidas de Marsella mientras el olor a orín rociaba la noche sudorosa de agosto. Roen en las calles sin que los servicios de higiene se percaten de que no pueden salir en el plano. Huelen la debilidad. Necesitan agua. Las ratas matan por agua y harían llorar a un mastín acostumbrado a vigilar a los lobos. Nadie, excepto los expertos de Moncloa, duda de que lo mejor que le puede pasar a un cruasán, aquella estupenda novela de Pablo Tusset, es que se lo coma alguien digno. Por eso cada vez queda más desnutrida la actuación del Gobierno en este guirigay.

A diferencia de la parábola del rey desnudo, Sánchez sabe que lo está, incluso se gusta. Sólo aspira a pasar de pantalla. Entre salto y salto, y esto es lo que debería reflexionar, Cataluña se le va de las manos. Un asunto que no se arregla con rectificaciones de última hora. Tiene que optar por si está con los que quitan lazos o con los que amenazan con la soga. Gobernar es aprender a deshacer nudos, incluso los que uno mismo ha realizado para emprender la gran travesía. Los amantes de Hitchcock sabemos que los planes nunca se cumplen. Al final hay una cuchillada en la bañera. Y eso es lo que le espera al Estado. Que le den una paliza a una mujer y que ni siquiera sea violencia de género.