Opinión

Ingrato olvido

La política es ingrata y olvidadiza, como la vida misma. Los grandes revolucionarios que escapan a otros países para no ser perseguidos o asesinados por los fascistas, transcurrido un tiempo de calculada desaparición, entran en el saco de la indiferencia y el olvido. Y hay dos personas, dos admirables mujeres en esa situación.

Hace años, después de rechazar las ofertas de los Pujol y Mas, tuve que optar por elegir mi ingreso en las filas de ERC o de la CUP. Dos fuerzas irresistibles me arrastraban hacia ellas. En ERC mandaba y militaba Marta Rovira, mi niña de los caracoles, a la que vi crecer en su apasionado y arriesgado independentismo. Y de la CUP, me llamaba y seducía la simpatía, naturalidad y belleza de Anna Gabriel, a la que conocí de joven en París cuando no pudo cumplir su sueño. Formar parte del grupo comercial de perfumes de la casa Dior. Desesperada, se dejó el pelo como un casquete, abandonó los desodorantes y contribuyó de manera decisiva al triunfo del independentismo catalán. Pero una y otra figuraban en las listas de la persecución fascista. Marta, mi niña de los caracoles, se escapó horas antes de ser enchironada por decisión del Tribunal Supremo, y Anna, huyó asimismo cuando nadie había previsto encarcelarla. Pero ya se sabe que las revoluciones son como los dientes de sierra. La firmeza que está en lo alto desciende hasta su lecho al siguiente día, causando grandes pesares y decepciones.

Como viejo independentista, fui consultado por enviados de ERC y la CUP para oír mis recomendaciones en la elección del lugar del heroico destierro. Rechacé las opciones de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Irán, y los ricos Emiratos del Golfo Pérsico, aunque los últimos no me desagradaban del todo. Pero son países con sociedades poco evolucionadas en los derechos de la mujer. De tener Marta o Anna un tilintintín cualquiera, podrían llegar a ser azotadas o lapidadas en plaza pública. En vista de ello, elegí para mis heroínas un exilio millonario pero sin riesgos. Suiza, la Confederación Helvética, bancos, chocolates, quesos, limpieza y Guillermo Tell, el gran héroe nacional. Anna se transformó en veinticuatro horas y recuperó la belleza perdida, y Marta siguió como siempre, es decir, bastante mal, la pobre.

Nosotros, los independentistas catalanes, hemos inventado el llamado «exilio millonario». Se le exige dinero al Estado Español para pagar los gastos de los exiliados del Estado Español. No imaginé que la trampa tuviera tanto éxito. El problema es la melancolía. Anna, que no ha encontrado trabajo en estos siete meses de horrible exilio en Suiza, ha engordado en exceso y añora la sana alimentación mediterránea. Entre la dieta mediterránea y la alpina hay excesivos antojos salchicheros de por medio. Y Marta, mi niña de los caracoles, ha pensado en entregarse a la malvada justicia española porque no aguanta más la tristeza acomodada de los suizos. Según me ha confesado, no soporta el surtidor de agua del lago Leman, y le cansa que su peluquera suiza, madame López, le pregunte todos los días si sus rizos son naturales o duerme con rulos y bigudíes. Un exilio terrible, a mi modo de ver.

Las necesitamos. Para nosotros, los independentistas que no cedemos, Marta Rovira y Anna Gabriel resultan imprescindibles por lo que representan. La firmeza, la resistencia, la honestidad, y el sacrificio revolucionario. Es muy fácil vivir un exilio en Venezuela, entrar en un supermercado, buscar el sector chocolatero y toparse con una estantería medio vacía con escasas tabletas de una sola marca. «Chocolates Maduro». Pero hacerlo en un establecimiento suizo, y tener que elegir entre Nestlé, Souchard, Lindt, Toblerone, Servatti, y demás delicias es agobiante. La libertad de los fascistas es siempre agobiante. Nosotros, los de la izquierda de la República nos conformamos con lo que sea. ¿Que hoy butifarra? Pues butifarra. ¿Que mañana de nuevo butifarra? Pues de nuevo butifarra. Amor amarillo.

Si vuelven, estaremos mucho más cerca de conseguir nuestro fin. Se lo he dicho a Puigdemont. Y creo que se lo está pensando.