Opinión

El portento rojo

En Chile ha recibido al «okupa» Sánchez Isabel Allende, la hija escritora –y ciertamente aburrida–, del presidente Salvador Allende, que murió en el Palacio de la Moneda en pleno ataque de la aviación de Pinochet. Aún, todavía, no se conocen las circunstancias de su trágica muerte, aunque la leyenda urbana más extendida apunta al suicidio. Isabel Allende se ha petrificado, y parece producto de una taxidermia firmada por los Benedito, nuestra saga insuperable en la naturalización venatoria.

En Madrid, ningún alto responsable de la Universidad Complutense, ni el Rector, el Vicerrector o simplemente su bedel con más antigüedad laboral, han ofrecido explicaciones acerca del milagroso proceso seguido para avalar la falsa licenciatura de Begoña Gómez, que para obtenerla tuvo que iniciar sus estudios universitarios a los 14 años de edad. Es muy posible que aprobara limpiamente porque ha demostrado una inteligencia portentosa y África está de enhorabuena desde que, gracias a esa licenciatura, el Instituto de Empresa del marqués de La Romana le haya encontrado el merecido y subvencionado acomodo. Pero si tiene mérito la hazaña de doña Begoña Gómez-Güemes, comparada con su injustamente lacerado esposo, no tiene nada que hacer. Es como obligar a competir en la bahía de La Concha a la trainera de Orio contra un chinchorro que porte a popa a Pilar Rahola con una pamela amarilla.

En Santiago, el «okupa» Sánchez, el portento rojo, nacido en el seno de una familia muy allegada al sector más inflexible del anterior régimen, le reveló a una inexpresiva Isabel Allende el momento inesperado y álgido de su conversión al socialismo. «Me hice socialista cuando vi como asesinaron a Salvador Allende». Muchos méritos acumulados. El primero, que fue de los pocos que vio cómo Allende murió asesinado, cuando otros testigos aseguran que se suicidó. De cualquier manera, Allende no hubiese salido vivo del golpe de Estado porque Pinochet lo habría fusilado a los diez segundos de su detención, de ahí el valiente y digno desenlace del suicidio. Pero Sánchez vio cómo lo asesinaron. Y el segundo, aún mayor que el anterior –quizá por ello no tiene las ideas claras al respecto–, es que Allende fue atacado, derrocado y traicionado por Pinochet en 1973, cuando Pedro Sánchez, el Simpático «Okupa» y esposo de la blonda y futura Nelsita Mandela, tenía un año de edad. Pedro Sánchez nació en 1972, de tal guisa que al producirse el levantamiento de Pinochet contra Allende, terminaba de apagar su primera velita en el cumple familiar. Nadie sabe qué hacía Sánchez con un añito en Chile, en el Palacio de la Moneda, en el antedespacho de Allende y entre disparos y bombas. Aquí, con todo respeto, me permito amonestar a sus padres por el nada esmerado control y cuidado para con su niño, que con un año de edad tenía que estar para comérselo a besos, arrumacos, ternezas y roces mimosones.

Ella ingresa en la Universidad Complutense con 14 años – digno de elogio, sin duda alguna-, y él con un año de vida asiste a la violenta muerte de Allende y se hace socialista. Lógica reacción en un niño bueno y cariñoso con un añito de edad. Contempla horrorizado la cruda realidad de la muerte, y se hace del PSOE. Pero sólo le afectó aquella muerte vista en su lejanísima infancia. Los asesinatos de los más de novecientos inocentes asesinados por la ETA, no parecen haberle impresionado, porque ahora gobierna gracias al apoyo de Bildu, que es la ETA durmiente en las instituciones democráticas, la herencia criminal en los parlamentos y municipios. No obstante, hay que entenderlo. Lo menos grave que puede sucederle a un niño que contempla con un año un magnicidio en vivo y en directo, es que se haga socialista.

Pienso en su caso y en el de su esposa, y mi admiración por ellos crece y crece como la buganvilla morada en el cuerpo de Rosa María Mateo. Emoción es lo que siento. Portento rojo.