Opinión
La foto
Se ha difundido por las redes sociales. Le acompaña una mujer vestida a la usanza de la «Belle Epóque». Probablemente con el bolso en bandolera adquirido en Biarritz. Al fondo, el último tramo del Monte Igueldo hacia el malecón del Tenis, el que en su proa resiste con el Peine de los Vientos de Chillida. Resalta la clase y estructura de la Torre de los Satrústegui, y algo más escorado hacia la izquierda, el bodrio horrible de Erreguenea, el rascacielos capado que se levantó en los terrenos de Vastameroli. Una mujer, sí, que quizá sea la causa del revuelo.
Las villas inmediatas a la rotonda del funicular. Las de los Guaqui y los Nárdiz, si mal no recuerdo. El Real Club de Tenis, hoy desarraigado de su propia historia. En sus pistas, allá por los setenta del pasado siglo, teniendo de compañera en los dobles mixtos a Esperanza Aguirre, éste menda alcanzó los treintaidosavos de final de la prestigiosa Copa Mata, culminando la más esplendorosa hazaña de su vida deportiva. Fuimos eliminados por la pareja compuesta por Asís Alonso, que había pasado con holgura los setenta años de existencia y la condesa de Gomar, que se acercaba a los predios octogenarios. Era la condesa de Gomar tan elegante que si fallaba un golpe ganador, susurraba «¡Merde!» con un contenido tono de irritación. Esperanza Aguirre, de tan brillante carrera política, no era en el tenis un ejemplo de agilidad vivaracha, y le dejaba todo el trabajo, ora en el fondo de la pista, ora en la red, a quien esto escribe, conocido en tan remotas calendas como el «Lince de la Raqueta», por su asombrosa flexibilidad y gracilidad cimera. Allí también, la piscina del Tenis, la de mis incomparables saltos desde el trampolín con el traje de baño color mandarina.
Se distinguen en la foto, todavía en la falda de Igueldo, prados, alcores y grupos de manzanos, y la senda de las excursiones a pie, que bordeaba al restaurante «Recondo» y la cueva de «Lourdes Chiqui», una imitación de la original de Lourdes, pero sin milagros en su haber. «Recondo» era –y aún pertenece a la familia–, del que fuera notable matador de toros guipuzcoano, José María Recondo, y se servían en sus mesas las mejores chuletas de San Sebastián.
Esa perspectiva del tramo agonizante de Igueldo se ilumina en los días de cielo abierto y se agiganta desde la otra punta de la tenaza de la bahía, el malecón del muelle de la Parte Vieja y los jardines de Alderdi-Eder, con el noble y monárquico edificio del Ayuntamiento presidiendo el enclave. Pero también desde el exclusivo embarcadero del Real Club Náutico de San Sebastián, tantas veces utilizado por el Rey Don Alfonso XIII antes y después de las regatas de balandros, y por el anterior Jefe del Estado, el general Franco, para embarcar o desembarcar del «Azor». Y ahí, en ese lugar sólo reservado a los socios del Náutico o a sus más privilegiados invitados o visitantes, estaba él.
Aparentemente aseado, lo cual es noticia inesperada. Eso sí, vestido con el gusto que se le supone. Una cutre camiseta sin mangas color caqui cubano, un traje de baño carmesí, y unas chancletas. Del hombro derecho le cuelga un bolsón blanco, de esos en los que caben hasta cinco o seis latas de la maravilllosa fabada «El Gaitero» de mi amigo Pepe Cardín, que elabora la mejor conserva de fabada de Asturias. Un bolso en el que siempre tiene un sitio reservado la biografía del generoso Chávez y un cuaderno de espiral para dedicarle poemas, como la inolvidable elegía que le escribió a su muerte el protagonista de la foto, que derramó compungido cuando falleció su financiero «lágrimas del Orinoco». Porque también es poeta.
Allí en San Sebastián, frente a Igueldo, en el exclusivo embarcadero del Real Club Náutico, el mismo del Norte V de Gaitanes, del «Thalassa» del duque de Alba, del «Migalbín» de Jaime Sotomayor, de la «Victoria» del general Fernández de Córdoba y del «Giralda» de Alfonso XIII, estaba él, Juan Carlos Monedero, con una enigmática mujer y un escolta pagado por todos los españoles, por si acaso.
Lo que demuestra que los tiempos van a peor.
✕
Accede a tu cuenta para comentar