Opinión
Sin complejitos
Informaba La Razón tres días atrás de los planes de Pablo Casado para Madrid. Manuel Pizarro y Soraya S. de Santamaría. Del primero sólo se puede opinar desde el elogio. Pizarro es un gran economista y empresario, y está dotado de una cualidad tan extraña como escasa; la brillantez natural. Representa la antítesis de la mediocridad, y de ahí el maltrato que padeció por parte de Rajoy. Es independiente y leal, y para colmo aragonés, de Teruel. Su defensa de los derechos de los accionistas de Endesa enarbolando un ejemplar de la Constitución acabó con el proyecto de Zapatero de regalar una de las sociedades anónimas más poderosas de España. Y en el debate económico, apabulló a Solbes, que sólo se limitó a mentir, como reconoció años más tarde. Pizarro tiene una larga experiencia como buen gestor del dinero ajeno y es honesto a carta cabal. Si el PP de Casado recupera a Manuel Pizarro y lo propone como candidato a la presidencia de la autonomía de Madrid o a la alcaldía de la Capital del Reino, con un inteligente y ya experto Almeida como escudero, acertaría plenamente. Lo de Soraya sería catastrófico.
Lo primero que tiene que saber Pablo Casado es que, de haber ganado Soraya en las Primarias del PP, la mejor oferta política que recibiría de la gran culpable –al alimón con Rajoy–, del desmoronamiento social de su partido político, sería la de optar como número vigésimo en la papeleta electoral al Ayuntamiento de Madrigal de las Altas Torres, que no tiene veinte concejales. Soraya obtuvo en las primarias muchos votos, los del poder y el pesebre, pero hoy como derrotada no lograría ni la cuarta parte de los que consiguió. Soraya S. de Santamaría –siempre dudo si es Sáez, Sáenz, Sanz o Sainz-, es la que mandaba en el Gobierno del educado indolente, y su responsabilidad en la desastrosa gestión del 155 en Cataluña es casi exclusivamente suya. Soraya infectó al PP de complejos y arbitrariedades, lo deshabitó de principios y valores, maltrató a quienes se habían jugado la vida, durante muchos años, en la defensa de España sobrevolando con su riesgo los límites del propio partido, y su política con los medios informativos dio como resultado el desbarajuste deshonesto que impera en la actualidad. Sólo ella era intocable, y lo consiguió con su poder omnímodo. Por otra parte, Soraya S. de Santamaría contribuyó de manera excepcional al auge de Podemos y al crecimiento de Ciudadanos, que adoptó como suyos muchos de los preceptos conservadores y liberales que el PP había abandonado en los estercoleros de su complejito de inferioridad. El PP de Casado está obligado a recuperar a millones de votantes que se marcharon decepcionados y mentidos. Dice Casado que de alcanzar el Gobierno de España, sustituirá la perversa, parcial y rencorosa Ley de la Memoria Histórica por otra que se sustente en la reconciliación y la concordia. Teniendo tan a mano a Soraya, le podría preguntar por qué Rajoy y ella, o ella y Rajoy, que tanto monta, monta tanto, con mayoría absoluta en el Congreso y el Senado durante su primera Legislatura en el Gobierno, no movieron un dedo para que la Ley del odio se extinguiera. Y Casado desea, y es lógico, conveniente y sobre todo, democrático, modificar la Ley Electoral, que no es justa ni equitativa, y concede a unos españoles más valor a sus votos que los de otros españoles, la gran mayoría. También lo pudo hacer Aznar, pero ya se sabe.
Sor
aya sería una apuesta ruinosa para España, el PP y Casado. En este joven dirigente conservador se reúnen millones de esperanzas anteriormente desesperanzadas. El nuevo PP tiene que asumir que los complejos absurdos de las derechas españolas no tienen cabida en el siglo XXI. Ofrecer a quien tanto ha ayudado a debilitar al PP una futura y alta responsabilidad, es seguir con los complejitos. En una democracia occidental, ser conservador es mucho más democrático que ser comunista. Y hora es que lo aprendamos y nos dejemos de tonterías.
Bien por Pizarro, mal por Soraya. Casado es un posible buen futuro, no un seguro mal ayer.
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