Opinión

Diversión cimera

Hay actos y costumbres que por mucho que se repitan año tras año, me producen un torrencial caudal de sonrisas. Creo que moriré sin haber visto la escena que persigo desde mi niñez. El traspié y posterior trompazo con descenso vertiginoso de peldaños del atleta que porta la antorcha olímpica cuando asciende por la escalera hacia el pebetero el día de la inauguración de unos Juegos Olímpicos, ya sean de verano o de invierno. Me divierte sobremanera la aparición del Duque de Kent en la pista central de Wimbledon para entregar los premios. El duque recorre el pasillo que le forman los recogepelotas, y siempre se detiene en el cuarto de la fila de la derecha, un negrito, y en la octava de la línea opuesta, una niña por lo normal, rubia o pelirroja, muy del país. Al resto, que les den morcilla. Y cuando entrega los trofeos, les dedica a los perdedores más palabras que a los vencedores, pero carentes de emoción y sinceridad, a tenor de la escasa atención que le prestan los tenistas.

Pero existe un rito costumbrista que emociona a mis carcajadas especialmente. La ofrenda de flores al monumento de Casanova en la «Diada». Se trata de una ofrenda abucheada por un público ignorante que siempre manifiesta sus malas pulgas. Un público que acude voluntariamente para sufrir. Lógico, por otra parte, por cuanto lo que celebran en Cataluña es una derrota. No una derrota republicana, sino monárquica. Casanova fue un austricista, partidario del Archiduque Carlos, que se jugó un «tie break» con el borbónico Felipe V, creador de los Mozos de Escuadra, que es dato a tener en cuenta. Y Casanova combatió y perdió «por la libertad de España» y no por la república. Posteriormente, los vencedores, respetaron su figura y le permitieron el libre ejercicio de la abogacía, que le proporcionó una situación económica postbélica envidiable. Casanova era un monárquico catalán que hoy se movería en la derecha liberal y viajaría a Madrid para asistir al Desfile Militar del 12 de octubre, Día de la Virgen del Pilar, y Fiesta nacional de España.

Pero lo divertido es el mal ambiente que rodea al monumento del gran español y nada catalanista Casanova, al que un día, cuando estudien un poquito los separatistas catalanes, le quitarán la estatua como hicieron con el marqués de Comillas. Ahí, en torno al don Rafael de bronce, se juntan y reúnen los más amargos vinagres de la ciudadanía barcelonesa. Y año tras año se sabe quienes serán los más abucheados y agredidos verbalmente, y quienes serán tratados con mayor benevolencia por la colérica asistencia al acto. A los argentinos se les aplaude bastante, y los argentinos lo agradecen con emoción porque ignoran qué pintan ahí y qué tienen que ver ellos con aquella guerra monárquica de 1714, con victoria de Felipe V, derrota del Archiduque y la participación, entre otros, del duque de Berwick y don Blas de Lezo, que añadió en el asedio naval a Barcelona una nueva mutilación en su cuerpo. De ahí, ya sanado, a Cartagena de Indias, a humillar a la mayor flota del mundo, la inglesa al mando del almirante Vernon. Lo de Casanova está bien, pero lo justo sería que la «Diada» ofreciera también flores a los españoles vencedores y no sólo a los españoles derrotados. Dejo la idea para que Ada Colau levante en plaza pública un monumento a Blas de Lezo, ese gran español, vasco como su amigo Otegui. Y de Pasajes, toma Geroma pastillas de goma.

Después de la entrega de premios de Wimbledon,y la cabreada ofrenda de flores de la «Diada» viene el sorteo de la Lotería de Navidad que ofrece TVE. Conocida la desaparición de tan importante cadena nos ahorraremos en la próxima Navidad la emoción del locutor cuando del gran bombo surge el «Gordo». Un premio que aplaude un público que se ha quedado a dos velas. Hermosa lección de deportividad.

Pero como las broncas de la «Diada», nada.