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Opinión

La carcajada de Franco

Donde se halle, al general Franco le han provocado los socialistas una carcajada. El que fuera Jefe del Estado Español durante tres decenios como consecuencia de su victoria en la Guerra Civil se siente tan cercano a sus huesos como el resto de los difuntos. Es decir, que le importan un bledo. El general Franco no está en el Valle de los Caídos. Ni José Antonio. Tampoco está mi abuelo en Paracuellos del Jarama, entre los seis mil inocentes asesinados por Santiago Carrillo. Los huesos no viven, ni padecen ni sienten. Ahí está la ventaja de los cristianos. Creemos en otra vida, alejada de dolores, tristezas y problemas. De ahí la obsesión de las izquierdas resentidas, que desean vengar su derrota trasladando unos huesos de un lugar a otro. Ayer, la vicepresidenta egabrense del Gobierno del doctor Sánchez –que no se atrevió a sentarse en su escaño presidencial-, dijo algo bastante divertido. «Lo de Franco sí es noticia, no lo de la tesis de Sánchez». No se equivoque la esclarecida, licurga, eximia y olivarera de Cabra. Lo de Franco, que tanto les importa a unos pocos y nada al resto de los españoles, es una gamberrada infantil cuya resolución está pendiente de un recurso administrativo familiar y del permiso de los monjes benedictinos, que obedecerán como es su deber, al arzobispo Osoro. Pero lo de Franco se ha quedado en lo que significa, agüita de borrajas, comparado con la estafa doctoral del doctor Sánchez, que es, como poco, un doctor en duda. Y el lastre de la Lastra, que esa es más tontita e inexperta, nos ha regalado la siguiente majadería fronteriza con los espacios de la gilipollez: «Es una vergüenza que defiendan tener a un golpista, a un genocida, a las afueras de Madrid». Vamos a ver, monina, ricura de mis anhelos. En la Segunda República se produjeron dos golpes de Estado y en los dos intervinieron los socialistas. En 1934, la República perdió toda su legitimidad (?) y se convirtió en un régimen terrorífico, asesino y perverso. Y en 1936, por muy golpista que fuera Franco, nada habría conseguido si no lo hubieran apoyado la mitad de los españoles. Una posguerra es siempre dura, y Franco estableció un régimen autoritario y social que derivó, ya en su final, en una dictablanda. Eisenhower y De Gaulle no se dedicaron a visitar a genocidas, y uno y otro visitaron a Franco, con carácter oficial y privado. Si el lastre de la Lastra quiere conocer la obra de un genocida, acuda a otras afueras de Madrid, más al nordeste que al noroeste y visite el camposanto de Paracuellos del Jarama, con sus seis mil cruces blancas que guardan los huesos de seis mil asesinados por Santiago Carrillo, tan respetado por la banda de los odiadores. Pero que ni la flecha de Cabra ni el lastre de la Lastra se equivoquen. Lo de Franco es una anécdota, una birria de noticia comparada con la estafa doctoral del doctor en trance de dejar de serlo. De dejar de ser doctor y presidente del Gobierno de «okupas» y famosillos que hoy lidera entre ataques de ira, estupideces, traiciones y mamarrachadas.

Lo de Franco en el Congreso fue una tontería, una manera de perder el tiempo o de nublar la realidad que preocupa a los españoles. Fue, ante todo, una forma de humillar al Congreso de los Diputados, que no está para ese tipo de majaderías. De prosperar la necedad, el mejor negocio que se podrá establecer en España será el de una empresa de pompas fúnebres especializada en llevar de un lado a otro restos mortales de afectados por el rencor de la Ley de la Memoria Histórica, la ley de la recuperación del odio y la envidia, la ley que no se atrevieron a enviar a la papelera ni Rajoy, ni Soraya ni el PP de los complejos.

A Franco, y puedo demostrarlo científicamente, que sus huesos estén enterrados en el Valle de los Caídos, no es asunto que le preocupe. Y que sean trasladados, tampoco. Se trata de una chorrada a la que los chorras le han concedido importancia para velar sus atrocidades gubernativas. Y cuando preparaban la gran fiesta, ha llegado la tesis doctoral plagiada del doctor Sánchez y les ha caído el chaparrón. Los huesos no se ríen, pero de hacerlo, en todo Cuelgamuros se habrá oído la carcajada estallada desde la soterra. Y lo malo es que están encantados de haberse conocido y orgullosos de haber ganado, al fin, la primera batalla a un montón de huesos.