Opinión
«Lumi Dolls»
Hay que estar muy desesperado para pagar 80 euros por estar media hora con una muñeca de silicona. O estar muy loco. Sin embargo, en Turín estaban todas las horas solicitadas hasta no se sabe cuando. Muchos clientes querían montárselo con esas muñecas hiperrealistas con cuerpos esculturales, bocas carnosas, pelucas naturales, sexo lubricado y mirada siempre amable. Porque supongo que lo que querrán esos infelices es que la muñeca, aparte de dejarse hacer todo tipo de tropelías, les mire con piedad, casi con cariño. No puedo creer que esos tipos no tengan un ápice de corazón, que no se queden destrozados después de hacer el Kamasutra y acabar con la «doll». ¿No había un roto humano para un descosido como ellos? ¿Es que ahora no se encuentra? En estas ciudades europeas se busca poco, la verdad. No sé por qué las relaciones en lo cotidiano han perdido la sensualidad. Y aunque es cierto que ahora solo miramos los móviles, no creo que sea por eso. No hay galantería. Ni en ellos ni en ellas. Nosotras porque a partir de una edad, y cuando tienes cierto poderío, dejas de necesitar y de creer. Ellos porque parece que tienen miedo a las chicas independientes y cada vez encuentran menos sumisas. Quizá ese sea el triste motivo de citarse con muñecas preciosas, pero mudas y ciegas. Ellas no les van a juzgar. Pero tampoco amar, claro. En Italia, a los listos de los proxenetas de la silicona les ha durado poco el negocio. Los han cerrado por falta de higiene. No quiero ni imaginar el cultivo de infecciones que atesora ese juguete. Dos horas de lavado necesita la «lumi doll» entre un cliente y otro. Y no se duchan solas.
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